Ojalá todo fuera tan fácil como cerrar los ojos y avanzar.
Dejar atrás todo lo vivido y volver a empezar.
Caminar sin la inquietud de poder tropezar.
Continuar viviendo sin el remordimiento a recordar.
Dejar de fingir y desprendernos de esta máscara que nos cubre el rostro,
poder gritar a los cuatro vientos que ambos nos necesitamos,
que ambos somos uno, y que de ambos se desprende un otro.
Sólo tú y yo en este infierno que llamamos gloria.
La gloria de la que fuimos parte, el mundo que conocimos e hicimos nuestro,
el mismo mundo que apostó en contra nuestra, el mundo que una vez odiamos
y ahora, el mundo por el cual imploramos.
La Tierra, lugar maldito en el cual fuimos desamparados, abandonados...
No necesitábamos más,
Sin embargo, tortuosos nosotros al intentar abnegar el destino que nos fue impuesto
y huir, como todo buen hombre, como todo buen enamorado.
Correr de la realidad... de la verdad que emerge de los sueños,
entre las mentiras que hacen brotar un cinismo adictivo,
una fascinación producida por una sonrisa que alumbra el ocaso,
el cual se esparce por todo el santuario al que llamamos vida,
el santuario del cual una vez fuimos parte.
¿Cuándo dejaremos de fingir?
Dime cuándo será el momento...
El momento en el que nosotros, al fin,
dejaremos de pertenecer al ocaso.