Detalle de banca de cantera sobre Paseo de la Reforma |
Ciudad de México. Lago de concreto de milenaria tradición, rellena de ilusión. México, el centro de la luna, el centro de la República. Fundada hace siglos, a base de maíz y tezontle, esperando ser descubierta y conquistada. La gran Tenochtitlan comenzaba con una visión, una profecía que dictaría el destino de toda América. Ciudad de México pantanosa, sin duda, escabrosa. Secado el lago, la conquista verdadera comenzó, nadie conocía el futuro de la misma, nadie sospechaba la razón.
Millones de ciudades en una sola, millones de miradas que cada mañana miran al sol. Fueron la luna y sus hijas las responsables.
Cada mañana, desde las 5:00 am comienza el recorrido solar, bañando cada rincón, anunciándose con las álgidas sombras que se empiezan a contornear. Todas las calles se empiezan a poblar, la mayoría de los árboles comienzan a resonar. Es el inconfundible amanecer en el valle. Reconocería ese sol hasta en la sombra, es un sol impasible que no reconoce ni perdona, es el sol de la Conquista y la Reforma, es el sol del 68, el mismo de las Guerras Floridas, aquel que presenció todas las intervenciones, todas aquellas traiciones, es un sol azteca, un sol.
Que mira gente que construye y destruye a cada segundo, gente que se vuelve creyente, gente que le da la espalda al altar a cada oportunidad, gente que sin más no paga, gente que cuando puede cierra los ojos y decide soñar, gente que observa las luces intermitentes del túnel en el metro, gente que mira los pies descalzos de los niños que reparten papeles de colores con increíbles explicaciones, gente que duda mirar a los ojos, gente que corre para rescatar algunos segundos, gente que busca, gente que encuentra, gente que cede asientos, gente que evita los charcos, gente que teme y que ríe, gente que escucha y opina, gente que saluda, gente perdida, gente encontrada, gente de izquierda, gente de arriba, gente de abajo, gente del valle, gente de fuera, gente con ojos y boca, gente sin dinero y sin tiempo, gente de espaldas, gente que a pesar de su boca sigue creyendo. Gente que construye su silencio, gente que va destruyendo su futuro.
Es mi gente, soy su gente, no conozco otra. La ciudad es una sumatoria de cada pueblo, de cada barrio y cada colonia, de todo el país, de América. La ciudad es la ciudad inmersa en más ciudades, cada colonia es una diferente ciudad, es un diferente pueblo separado por un río o un océano, es la conjunción de miles de definiciones, es la crónica de miles de historias, es la respuesta a todos las suposiciones, es el cociente de un tiempo y miles de espacios, es la totalidad del pensamiento, es el abrir y cerrar de ojos, es un parpadeo.
Hoy, la lluvia no cesa, el valle extraña estar húmedo, recuperar todo aquello que se le ha despojado, extraña que por sus ríos corra agua y no solo autos, extraña que la gente agradezca por esta lluvia, que la ciudad huela. Recordar, tal vez imaginar. Por unas cuantas horas el astro desaparece y se olvidan los motivos de la visita al valle, se corroen los barandales, se alargan las distancias, desaparecen las ganas, y es que el anhelo es alimentado por él. Gracias a él podemos recordar para después soñar, gracias a él podemos volver a llegar.
Cada individuo, a su manera, ha logrado que él permanezca latente, se las han ingeniado para asignarle un semblante, ya que es bien sabido que es más fácil recordar una cara que un nombre, cada quien se ha acogido en su regazo. Nadie quiere olvidarle.
Es cierto, hasta yo siempre guardo uno en mi bolsillo.