Copenhague, Dinamarca |
esta vez yo era el asesino,
tú la enamorada
y el cielo, la nada.
No recuerdo cuándo caí dormido,
me esmero en recordar,
sin embargo aún no he sabido,
cuándo me fui a enamorar.
Estabas tan linda, de noche
mirándote al cielo,
llena de luz, de espejos;
ilusionando mi orbe.
Empezaba a desearte,
no sabías que existía;
y sin pensar en naderías,
comencé a repetir tu nombre.
La sutileza al final resulta gratis,
al igual que un silencio prolongado;
no recuerdo el momento en que toqué tu mano
y al despertar me encontraba sepultado.
Inhumado corrí hacia tus sueños,
declamando a cada segundo,
la última estrofa del juramento
a tu mundo.
Enfermo me he vuelto,
no dejo de pensar en tus ojos,
en tu lindo cuello:
las manos me tiemblan,
mi pecho se estrecha.
Mi corazón, envuelto en mis manos,
no halla la forma de manifestar
la ausencia de cuerpo,
la fuerza del credo,
la falta de esmero,
el consciente desvelo.
Extraño velar,
por siempre, sin quebranto.
Extraño no saber,
extraño no sentir,
extraño no saber que estás ahí.
Extraño no saber de ti.
Ser un extraño y conocerme a mí.
Ser el asesino, ser el enamorado, ser quien te vio por primera vez, ser las estrellas que brillaron en tus ojos, ser la última noticia que llegó a tus oídos, ser la luna que te espera al salir de noche, ser la última marea que rozó tus pies, ser la palabra que empieza tus oraciones, quisiera ser.
Quisiera amar la noche como lo haces tú, mirarla, bañarme en ella, rozar con mis pestañas las constelaciones más lejanas. Quisiera confiar en ellas, en las estrellas; quisiera llorar por flores que fueron brutalmente asesinadas; quisiera no desearte; quisiera no decirte.
Otra vez el mismo sueño,
esta vez el enamorado
era el asesino.