Pattensen, Hannover |
Cada día, hasta ahora, he despertado. Irónicamente, ya no hace frío como antes cada mañana. Puedo mirar por las ventanas, miro árboles y silencio. Son árboles que han cambiado, como yo también lo he hecho. Intento entenderlos -se niegan a hablar. Cada tarde después de clases abro las cortinas y los miro discretamente mientras me siento frente a esta pantalla. Aún no logro percibir que se muevan, a veces se mecen, de vez en cuando susurran, pero aún no los veo acercarse. No creo que me teman, si bien soy alguien que no está muy acostumbrado a convivir con los suyos, no encuentro suficientes razones para que no se acerquen: No huelo mal -o eso quiero creer; sin duda no los comeré -prefiero la carne a los pinos; aunque seamos diferentes estoy dispuesto a escucharlos, incluso a sentirlos. Son más altos, eficientes, viejos y sabios, ¿Debería temerles o adorarlos? Deberíamos ser amigos.
No cabemos en mi cuarto. Intenté meter a uno de ellos la noche pasada, son demasiado ásperos, algo serios -como la mayoría de la gente que camina mirándome con extrañeza mientras escribo e intento esto. Amo el sonido que produzco al pisar sus hojas, no sé si eso sea considerado sadismo o algún tipo de barbarie; sin embargo, me produce un cierto tipo de éxtasis el presionar las dichosas hojas contra el suelo -que a ambos nos sostiene.
Ayer no les escribí, tuve miedo. El viento que nos comunica se puso un tanto agresivo. Por primera vez deseé que no se movieran -me sentí tan minúsculo. Se mecían con tanta fuerza, podría jurar que uno de sus grandes brazos me atraparía entre el suelo y su ser. Corrí hacia adentro de la casa, temí que comenzara a llover -como muchos de ustedes saben, le temo a los rayos. Imaginen esa combinación.
Llevo semanas esperando a que den otra señal de vida -como a la que nos tienen acostumbrados los seres que miran hacia adentro de la ventana. No ha pasado mucho. Apenas noté que un nuevo compañero forma parte del paisaje de las ventanas, creo, si todos tenemos suerte, veremos jitomates (tomates rojos) en un par de semanas.
Sigo observándolos, ¿cantándoles? No me siguen, no corean. No puedo decir que estoy decepcionado, porque: ¿Realmente esperé algo de ustedes? Quiero decir... me mantienen vivo, todos ustedes, ¿qué más podría pedirles? ¿Que dieran frutos? ¿Vacas, cerdos, pollos, conejos? Mejor perros, bueno... sólo uno, incluso un gato. Necesito recordar la energía de una mascota que jamás tuve. Recuperar los años de responsabilidad formada por sentido común en lugar de obligación. -Extraño ser niño, no tener noción del tiempo, ni conciencia del ego, mi ego.
Los admiro, ya sea en días de sol o en días lluviosos se mantienen firmes, frondosos, imponentes, serios, sobrios, taciturnos. Son quienes son y no les importa lo que digan -lo que diga. Siguen ahí, recibiendo, cediendo y siendo. Creo que son lo mejor que se pudo postrar en mi ventana. Digo postrar porque quiero imaginar que no siempre han estado ahí, que algún día llegaron.