Por supuesto, desconozco su personalidad, no sé cómo saludaba o se despedía, no sé si agradecía o fingía, ignoro si cuando platicaba lo hacía contigo o lo hacía con todo México. De igual modo, desconozco, cómo pensaba, qué tanto lo hacía; sus gustos, disgustos, insumos, inquietudes o fascinaciones; multifasético sin duda. No conozco mucho de él, ni de su escritura: no conozco el trasfondo de cada obra, la figura detrás de cada letra, la estructura general de toda su obra.
Tentativamente los años se asoman a mi mente, aquellos por los que pudo haber pasado, por los que el México Revolucionario y contemporáneo sin duda vivieron; desconozco qué tan ciertos fueron para él.
Recuerdo "El Aura", en mis ojos, llenándose a cada párrafo, a cada imagen, a cada cana y a cada vela. Sin duda, se sueña con ello: un anuncio en el periódico, la casa en el Centro, las escaleras, el singular olor, las velas, la anciana, los papeles de hace dos siglos, los santos, el escurridizo conejo, el misticismo de la alcoba y la vivienda en general, sin duda, es Aura. Su Muñeca reina, el Chac Mool... qué les puedo decir. Son Fuentes.
Y ni hablar de la Ciudad de México, su Región más transparente. Un retrato a prosa, un semblante autónomo y puro del México de los abuelos, aquel que prometía demasiado, la efigie perdida entre las calles que se nos hacen comunes, la Ciudad envuelta y cobijada por caracteres, realizados en la novela, y al final, disueltos; como se es en esta ciudad.
Sin duda Carlos fue (y sigue siendo) la ciudad.
El día que se despidió, sin un verso, sin una mirada, o una entrevista, ese día, la calle de Donceles lucía diferente. Buscaba los Días enmascarados, libro que sin duda es una inspiración, una fascinación, una tajante salida de la monotonía de la Ciudad. Ninguna librería del primer cuadro la tenía, por supuesto, otros títulos aparecían entre estantes, pero ése, el primero de la magia de Fuentes, estaba ausente. Pasaba del medio día cuando nos dimos por vencidos, decidimos ir a desayunar tacos de canasta, de esos de 5 pesos, cerca del Zócalo. Terminábamos cuando un mensaje llegó a mi celular: "Albertito, se murió Carlos Fuentes, hoy como a las 12." No lo creía, todo podía pasar menos eso, apenas comenzaba a apreciar su obra; tenía la ilusión de escucharlo alguna vez, una conferencia, la presentación de sus 2 nuevos libros, algo, lo que fuera. Imaginaba sus expresiones respecto a los resultados de las elecciones, sobre las marchas que se estaban haciendo cada vez más constantes, sus comentarios en primeras planas. Nunca su muerte.
Al día siguiente, en Bellas Artes, sería velado. Asistimos a la ceremonia, por supuesto, no entramos al Palacio; aguardábamos afuera, donde el auto aguardaba el féretro, no a Fuentes. El cielo comenzó a nublarse, a llenarse de un irreflexivo viento, las primeras gotas caían al mismo son que los autos propios del Eje. Los rostros vecinos, algunos completamente desconcertados; algunos, llenos de indiferencia, de morbo; otros, propios de la ciudad, ya extrañándolo. Las puertas rechinantes del Palacio se abrieron, el féretro envuelto en la bandera nacional, se abría paso entre la gente armada con cámaras; la carrosa se encendía, la gente gritaba y arrojaba claveles. La gente se despedía del féretro con un Goya-goya.
La Torre Latino temblaba, se mecía tan fuerte como los vientos que la golpeaban, dejaba caer sus años ante tanto asombro. Se despedía de Fuentes. El Palacio, ahora vacío, ya no tenía razón para rechinar, ya era vano ante la mirada del espectador, las flores en su explanada, en sus jardines, sobraban; ahora inexistente, el Palacio guardó silencio. Y el Eje, inundado de autos, conducía la carrosa al destino final, de donde México no saldría jamás. El Palacio Postal miraba incrédulo, el dorado de sus barrotes y sus candelabros quedaron opacos por unos segundos, sin brillo, sin sombra; estáticos, sin vida. Tacuba, como hace poco más de 5 siglos, se encontró sin un sentido, sin esquinas, sin semáforos, sin tregua, sin duda.
Pasmados, esperamos, pensantes a cada momento, una respuesta, un futuro, un camino seguro. Éste, no existe, es plenamente imaginario, pero sin duda, la convicción y disciplina que este gran hombre mostró, es digna de admirar, y por supuesto, de imitar.
Fuentes. Por Ahumada. Diario la Jornada. |