16/5/12

Fuentes

Así se despide un gran hombre, un increíble ser humano, un cuentista esepcional, un poeta fortuito, un novelista exigente, un crítico escéptico, certero, sin duda un héroe. Si es cierto que mi persona nunca lo vio, siquiera su letra miró, es cierto que me ha acompañado a donde me he dirigido: la escuela, el trabajo, el hogar; ha estado conmigo: cenando, esperando, observando, creyendo. 
Por supuesto, desconozco su personalidad, no sé cómo saludaba o se despedía, no sé si agradecía o fingía, ignoro si cuando platicaba lo hacía contigo o lo hacía con todo México. De igual modo, desconozco, cómo pensaba, qué tanto lo hacía; sus gustos, disgustos, insumos, inquietudes o fascinaciones; multifasético sin duda. No conozco mucho de él, ni de su escritura: no conozco el trasfondo de cada obra, la figura detrás de cada letra, la estructura general de toda su obra. 
Tentativamente los años se asoman a mi mente, aquellos por los que pudo haber pasado, por los que el México Revolucionario y contemporáneo sin duda vivieron; desconozco qué tan ciertos fueron para él. 
Recuerdo "El Aura", en mis ojos, llenándose a cada párrafo, a cada imagen, a cada cana y a cada vela. Sin duda, se sueña con ello: un anuncio en el periódico, la casa en el Centro, las escaleras, el singular olor, las velas, la anciana, los papeles de hace dos siglos, los santos, el escurridizo conejo, el misticismo de la alcoba y la vivienda en general, sin duda, es Aura. Su Muñeca reina, el Chac Mool... qué les puedo decir. Son Fuentes. 
Y ni hablar de la Ciudad de México, su Región más transparente. Un retrato a prosa, un semblante autónomo y puro del México de los abuelos, aquel que prometía demasiado, la efigie perdida entre las calles que se nos hacen comunes, la Ciudad envuelta y cobijada por caracteres, realizados en la novela, y al final, disueltos; como se es en esta ciudad.
Sin duda Carlos fue (y sigue siendo) la ciudad.
El día que se despidió, sin un verso, sin una mirada, o una entrevista, ese día, la calle de Donceles lucía diferente. Buscaba los Días enmascarados, libro que sin duda es una inspiración, una fascinación, una tajante salida de la monotonía de la Ciudad. Ninguna librería del primer cuadro la tenía, por supuesto, otros títulos aparecían entre estantes, pero ése, el primero de la magia de Fuentes, estaba ausente. Pasaba del medio día cuando nos dimos por vencidos, decidimos ir a desayunar tacos de canasta, de esos de 5 pesos, cerca del Zócalo. Terminábamos cuando un mensaje llegó a mi celular: "Albertito, se murió Carlos Fuentes, hoy como a las 12." No lo creía, todo podía pasar menos eso, apenas comenzaba a apreciar su obra; tenía la ilusión de escucharlo alguna vez, una conferencia, la presentación de sus 2 nuevos libros, algo, lo que fuera. Imaginaba sus expresiones respecto a los resultados de las elecciones, sobre las marchas que se estaban haciendo cada vez más constantes, sus comentarios en primeras planas. Nunca su muerte.
Al día siguiente, en Bellas Artes, sería velado. Asistimos a la ceremonia, por supuesto, no entramos al Palacio; aguardábamos afuera, donde el auto aguardaba el féretro, no a Fuentes. El cielo comenzó a nublarse, a llenarse de un irreflexivo viento, las primeras gotas caían al mismo son que los autos propios del Eje. Los rostros vecinos, algunos completamente desconcertados; algunos, llenos de indiferencia, de morbo; otros, propios de la ciudad, ya extrañándolo. Las puertas rechinantes del Palacio se abrieron, el féretro envuelto en la bandera nacional, se abría paso entre la gente armada con cámaras; la carrosa se encendía, la gente gritaba y arrojaba claveles. La gente se despedía del féretro con un Goya-goya
La Torre Latino temblaba, se mecía tan fuerte como los vientos que la golpeaban, dejaba caer sus años ante tanto asombro. Se despedía de Fuentes. El Palacio, ahora vacío, ya no tenía razón para rechinar, ya era vano ante la mirada del espectador, las flores en su explanada, en sus jardines, sobraban; ahora inexistente, el Palacio guardó silencio. Y el Eje, inundado de autos, conducía la carrosa al destino final, de donde México no saldría jamás. El Palacio Postal miraba incrédulo, el dorado de sus barrotes y sus candelabros quedaron opacos por unos segundos, sin brillo, sin sombra; estáticos, sin vida. Tacuba, como hace poco más de 5 siglos, se encontró sin un sentido, sin esquinas, sin semáforos, sin tregua, sin duda. 
Pasmados, esperamos, pensantes a cada momento, una respuesta, un futuro, un camino seguro. Éste, no existe, es plenamente imaginario, pero sin duda, la convicción y disciplina que este gran hombre mostró, es digna de admirar, y por supuesto, de imitar.

Fuentes. Por Ahumada. Diario la Jornada.

1/5/12

Repoblar mi mente

Repoblar mi mente de inherencias. 
Capacitarme, hacerme a la idea que las contradicciones adicción se vuelven.
Llenarme de exigencias que ni mi inconsciente concibe.
Reír de la incomprensible realidad que a veces agobia.
Confundir el estado exacto con el estado innato,
llenar de flores el camino. Conllevar un destino.
Claudicar a favor del río, dejarse llevar por un delirio.
Mecerse cada tarde, como cuando eras niño,
esperar a que el sol creciera, llegara y se fuera.
Antónimo de desigualdad, de equidad se trata.
Llegar al mismo día, después de un año, 
y fingir que de sol se trata. Llamar desde el pasado, 
hacer un anuncio, poner de manifiesto 
que hemos sido víctimas de un engaño.
El tiempo ha jugado con nosotros,
nos ha subestimado -y ha acertado-;
lo conozco bien, sin embargo su trato...

Seguiré observando, evocando.
Confluyendo con el Estado, 
con la habitación ahora desnuda,
sin un retrato, siquiera un viejo cuadro,
es que el tiempo ha llegado.
Quedan las cortinas, se mecen, 
poco a poco se desprenden,
danzan y recitan al son del viento,
no las deja en paz. Ahora violento,
las arranca de su puesto,
abusa de ellas y las deja tendidas sobre el suelo.
Es un reto, lleno de ira dejo el sofá, 
asomo mi cuerpo por la ventana, 
dejo caer los pocos recuerdos, 
dejo que se empapen, que se deshagan con la brisa,
pero si es primavera, sigo en la espera...
enserio, continúo estático, en la puerta
o en este caso en la ventana, mirando al cielo,
llenándome de nubes grises, de espumas lises,
de lo poco que queda por descubrir en esta estancia.
Quedan pocas horas antes de partir de nuevo,
para dejar este viejo páramo al que llamé alcoba, cuarto,
a fin de cuentas mi llano.
Aún no me voy y ya extraño enfurecer con el viento,
maldecir cada mañana el sol que se escabulle por el tejado...
Pero, es cierto, extraño amanecer de este lado de la ciudad, 
donde la brisa aún es virgen, pura desde la bruma;
a lo lejos, escuchar un grillo, sólo uno, 
porque todos de este lado vagan solitarios,
sin penas ni angustias, sin ganas ni rostros.
Un semblante desconocido cada vez,
una voz extraña siempre al atardecer,
y es que al caer la noche, mis deseos vuelven a aparecer.
Llegar de nuevo, establecerse conforme al tiempo,
vestir de acuerdo al recuerdo,
sonreír respecto al momento;
contento. Es cierto, sólo un instante;
solo, solos: semejantes.
Esparces la luna por cada rincón,
llenas mi pluma de toda canción,
y es el cenit de cada oración
la que me hace brindar por cualquier ocasión.
Es tu recuerdo en el cuarto lo que lo llena de emoción
una emoción que apenas el alcohol logra encubrir,
es como el deseo que esconde la luna al salir,
es tu rostro el que no logro concebir
que con otra alma se esté enlazando al fin.
Al estremecerme con la almohada y seguir
confío en que la alcoba continúe vacía al partir,
porque las luces continuaron encendidas desde que me fui,
las sombras continuaban ahí:
llenando cada espejo de un llamado externo,
de un verso casi eterno,
obviamente de un poeta enfermo,
casi muerto,
era cuestión de tiempo...
Miramos, era cierto,
un barco enfilado a zarpar,
y una multitud dispuesta a abordar,
cómo olvidar. 
Reír: es como olvidar y al momento recordar,
es llenarse de vida al instante y volver a llegar
del barco del que poco atrás empezaste a alardear.
Tan ajeno a nosotros es, que ni el viejo del ajedrez
llegó a confluir con alguno de nosotros tres,
-tres porque también él es quien-
de aquel que después te hablaré.
Llegamos aquel día de discutir como es costumbre,
temerosos cubrimos cada flor de aflicción
y cada rostro de sanción,
era cuestión de tiempo para que el juego nos llamara.
Escuchamos pensamientos y dibujamos un esbozo de calamidades,
confluimos en las escaleras justo antes de llegar al portón,
sentimos la mirada de aquel viejo sentado, moldeado a la capital;
no lo evitamos y nos dejamos llevar, era el aire de la tempestad.
El calor del jardín cesó y los malos olores brotaron,
el ambiente, en vez de incómodo, se llenó de sí,
el aire de la capital era lo que se respiraba ahí.
Confianza y respeto por el pasado, adulando al honor jamás perdido, 
al General ahora fallecido y a su tropa de ciudadanos 
con el ceño ahora abatido.
¿Fueron minutos u horas?, sólo ella sabe lo que significó el tiempo,
sólo ella sabe lo que nos quiso decir el viejo,
tal vez con un poco más de esmero
logre descubrir lo que portaba esa vez en el cuello.