1/5/12

Repoblar mi mente

Repoblar mi mente de inherencias. 
Capacitarme, hacerme a la idea que las contradicciones adicción se vuelven.
Llenarme de exigencias que ni mi inconsciente concibe.
Reír de la incomprensible realidad que a veces agobia.
Confundir el estado exacto con el estado innato,
llenar de flores el camino. Conllevar un destino.
Claudicar a favor del río, dejarse llevar por un delirio.
Mecerse cada tarde, como cuando eras niño,
esperar a que el sol creciera, llegara y se fuera.
Antónimo de desigualdad, de equidad se trata.
Llegar al mismo día, después de un año, 
y fingir que de sol se trata. Llamar desde el pasado, 
hacer un anuncio, poner de manifiesto 
que hemos sido víctimas de un engaño.
El tiempo ha jugado con nosotros,
nos ha subestimado -y ha acertado-;
lo conozco bien, sin embargo su trato...

Seguiré observando, evocando.
Confluyendo con el Estado, 
con la habitación ahora desnuda,
sin un retrato, siquiera un viejo cuadro,
es que el tiempo ha llegado.
Quedan las cortinas, se mecen, 
poco a poco se desprenden,
danzan y recitan al son del viento,
no las deja en paz. Ahora violento,
las arranca de su puesto,
abusa de ellas y las deja tendidas sobre el suelo.
Es un reto, lleno de ira dejo el sofá, 
asomo mi cuerpo por la ventana, 
dejo caer los pocos recuerdos, 
dejo que se empapen, que se deshagan con la brisa,
pero si es primavera, sigo en la espera...
enserio, continúo estático, en la puerta
o en este caso en la ventana, mirando al cielo,
llenándome de nubes grises, de espumas lises,
de lo poco que queda por descubrir en esta estancia.
Quedan pocas horas antes de partir de nuevo,
para dejar este viejo páramo al que llamé alcoba, cuarto,
a fin de cuentas mi llano.
Aún no me voy y ya extraño enfurecer con el viento,
maldecir cada mañana el sol que se escabulle por el tejado...
Pero, es cierto, extraño amanecer de este lado de la ciudad, 
donde la brisa aún es virgen, pura desde la bruma;
a lo lejos, escuchar un grillo, sólo uno, 
porque todos de este lado vagan solitarios,
sin penas ni angustias, sin ganas ni rostros.
Un semblante desconocido cada vez,
una voz extraña siempre al atardecer,
y es que al caer la noche, mis deseos vuelven a aparecer.
Llegar de nuevo, establecerse conforme al tiempo,
vestir de acuerdo al recuerdo,
sonreír respecto al momento;
contento. Es cierto, sólo un instante;
solo, solos: semejantes.
Esparces la luna por cada rincón,
llenas mi pluma de toda canción,
y es el cenit de cada oración
la que me hace brindar por cualquier ocasión.
Es tu recuerdo en el cuarto lo que lo llena de emoción
una emoción que apenas el alcohol logra encubrir,
es como el deseo que esconde la luna al salir,
es tu rostro el que no logro concebir
que con otra alma se esté enlazando al fin.
Al estremecerme con la almohada y seguir
confío en que la alcoba continúe vacía al partir,
porque las luces continuaron encendidas desde que me fui,
las sombras continuaban ahí:
llenando cada espejo de un llamado externo,
de un verso casi eterno,
obviamente de un poeta enfermo,
casi muerto,
era cuestión de tiempo...
Miramos, era cierto,
un barco enfilado a zarpar,
y una multitud dispuesta a abordar,
cómo olvidar. 
Reír: es como olvidar y al momento recordar,
es llenarse de vida al instante y volver a llegar
del barco del que poco atrás empezaste a alardear.
Tan ajeno a nosotros es, que ni el viejo del ajedrez
llegó a confluir con alguno de nosotros tres,
-tres porque también él es quien-
de aquel que después te hablaré.
Llegamos aquel día de discutir como es costumbre,
temerosos cubrimos cada flor de aflicción
y cada rostro de sanción,
era cuestión de tiempo para que el juego nos llamara.
Escuchamos pensamientos y dibujamos un esbozo de calamidades,
confluimos en las escaleras justo antes de llegar al portón,
sentimos la mirada de aquel viejo sentado, moldeado a la capital;
no lo evitamos y nos dejamos llevar, era el aire de la tempestad.
El calor del jardín cesó y los malos olores brotaron,
el ambiente, en vez de incómodo, se llenó de sí,
el aire de la capital era lo que se respiraba ahí.
Confianza y respeto por el pasado, adulando al honor jamás perdido, 
al General ahora fallecido y a su tropa de ciudadanos 
con el ceño ahora abatido.
¿Fueron minutos u horas?, sólo ella sabe lo que significó el tiempo,
sólo ella sabe lo que nos quiso decir el viejo,
tal vez con un poco más de esmero
logre descubrir lo que portaba esa vez en el cuello.



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