El último respiro: el que hace recordar.
Estaba oscuro, al parecer el día al fin se disponía a terminar. Aún hay que llegar a casa, el viento es fuerte, probablemente empiece a llover. Espero. El mismo camión, ¿por dónde se irá? Lo desconozco. Subamos, qué importa por donde nos lleve, siempre terminan llegando al mismo lugar.
Es curioso, casi todo el camión está lleno de hombres. Sombreros, ancianos con las manos agrietadas por el trabajo y la edad, costales llenos de algo; oficinistas, portafolios, No quiero dormir, eso implica mucho, incluso tiempo; sin tomar en cuenta que la música que envuelve el lugar no lo permitiría, del mismo modo que la manera tan peculiar de manejar.
Llegamos, todos. La mayoría baja donde yo. Subir el puente, caminar, esquivar golpes de gente apurada, respirar ese peculiar olor a smog combinado con destellos de tantos alimentos preparados en el momento: es el fin de la ciudad. Me detengo justo en medio del puente. Miro hacia el cerro coronado con esas ocho antenas. Lo observo, miro la marea que ya casi lo envuelve por completo, miro el río que pasa justo a un lado y que llega hasta debajo de mí y continúa. Cierro los ojos, intento imaginar y a la vez recordar. Sigo mi camino: hay que atravesar la ciudad.
Tres pesos. No son conmemorativos, esta vez será sólo uno. Miles de personas caminan junto a mí pero en dirección contraria, van a donde no conozco, donde dicen que se ve todo desde arriba, donde en verdad comienza todo.
No me quiero recostar, sé que si lo hago no tardaré en dormirme, aunque con todas estas preocupaciones lo dudo. Los vagones, aún vacíos. No tardarán en llenarse. "Transbordar y luchar" -casi parece cierto. La misma gente, es imposible recordar todos estos rostros, sé que todos ellos me conocen y yo los conozco. Es curioso voltear, mirar a los ojos, fingir despreocupación y mirar el suelo, sin despegar la mirada de aquellos ojos, los que sean, del vendedor de discos, de los pequeños niños con papelillos de colores, del vendedor de chicles, del señor con sombrero, de la señora con tres hijos que no encuentra lugar, es difícil no voltear. Pareciera que a un lado del anuncio del gobierno de la capital existiera un letrero que advirtiera: "Teme y desconfía de todo aquel que se atreviere a mirar". Parece un juego. No hay nada que observar, conoces toda la publicidad, conoces cada estación, el orden de las mismas, conoces el color del suelo y lo curioso que funcionan las ventanas; no hay nada más que observar. Los conoces a todos.
Es tiempo de transbordar, al fin podrás respirar, aunque sea ese aire húmedo que nunca deja de salir de esos ventiladores gigantes, aquellos que desplazan consigo el olor a pizzas y tortas que custodian todo el gran pasillo. Bajas aún más, ya conoces dónde pararte, dónde se abrirán las puertas para al final encontrar las tan deseadas escaleras para poder escapar. Llega un tren, lo sabes porque el policía lo anticipa con gritos y silbidos que se vuelven automáticos. Este tren viene mucho más lleno: bajan: subes. Buena parte de la gente que abordó contigo los viste en el otro tren. No los ves, no te ven. Todos lo entienden.
Desearías dormir. Sí, desearías. Pero estás parado, como casi las cien personas que miran hacia la misma ventana, miran los mismos anuncios, los que cambian cada dos semanas -en verdad lo sabes, ellos también-; miran a los demás que no lograron entrar o a aquellos que sólo aguardan; todos ellos se van difuminando, alargándose, hasta convertirse en colores, aquellos que invaden las ventanas con el fin de evidenciar que el tren se encuentra en movimiento. También escuchan. Escucharon lo mismo, las puertas cerrarse, el silencio que es el preámbulo a un sonido que simula que los frenos del tren se han desbloqueado, seguido del ligero, pero sin duda dramático, movimiento de arranque -sí, también se escucha-. El entrar al túnel, contar las luces: blanca, blanca, blanca, morada, parpadean, blanca, 32... "Tururú: Próxima estación..." Sí, se llegó a escuchar en coro. El tren se comienza a detener, el viento entra y se lleva. Recuerdas el otro tren, aquí no hace tanto calor a pesar que hay más del doble de personas pensando lo mismo. Aún falta mucho para llegar.