Esboza el horizonte, mira hacia las fronteras del valle. Nota lo irregular del relieve, hazlo narrar. Confunde las casas aledañas, intenta ver más allá del último cerro. Descubre la ciudad perdida, la futurista, la que aún no está lista. Cuenta los parches verdes, distínguelos de los últimos. Nombra cada una de sus calles, bifurca sus avenidas, fragmenta sus plazas. Llama a cada uno de sus caídos, distingue y enaltece cada uno de sus palacios. Extirpa toda memoria de su centro, toda vivencia de sus alrededores.
Pregunta y piensa a los 32 tlatoanis que alguna vez mantuvieron el lago. Confiérele tus amoríos a las 47 estrellas que resguardaron el firmamento. Nota el reflejo que la ciudad causa en el cielo, la manera en que lo priva de su propia identidad, de su propia luz. Distingue los celos de la luna propia del valle hacia las otras lunas, enferma, llena cada una de las noches transcurridas, translúcidas. Escucha a la ciudad perdida, identifícate y niégate, como ella lo ha hecho con nosotros por más de 500 años. Niégala, porque es la única manera de trascender, dale la espalda a los años, dale la espalda a lo único que ella tiene por el hecho de existir. Dale la espalda, dale tu vida y llénala toda. Cara de todo, llena de lodos, no de todos. Ente insatisfecho que añora hasta la fecha, hasta un nombre o ¿Acaso un hombre? Espacio. Esperanza que nace a cada mañana, con los ojos fijos hacia el último rayo de nuestro sol, esperanza que llena cada corazón y cada mente; es el deseo por volver a ser inundada con el fin de volver a ser fundada. Lo pide a gritos, sacude su velo, lo lleva al cielo. El valle resguarda el secreto, aquel que sólo él podrá revelar a su regreso.
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