Marcha del 2 de octubre del 2013 |
México. Mi México, el México que yo percibo está cansado. Cansado de tantos años de pretender, de tantos años de querer ser alguien que no es, el país que está cansado de no saber ya siquiera quién es ni quien quería ser. Mi México lo tiene todo: desiertos, grandes ciudades, selvas, bosques, una biodiversidad que en sólo unas cuantas partes del mundo se encuentra; mi México también tiene historia: la cual condenamos, añoramos, esperamos pero nunca aceptamos. Mi México quiere cambiar, quiere tener nombre propio, que lo escriban con letras mayúsculas, que sepan qué idioma se habla dentro de sus fronteras, que sea un referente, pero mi México, siempre con la cabeza agachada, se cruza de brazos y espera. Mi México no sabe qué esperar, o mejor dicho, lo sabe: siempre esperando lo peor. Mi México es una tragedia, una tragedia griega leída desde un sillón, donde el protagonista sólo hace eso, leerla y sin darse cuenta él es el único personaje; él sabe qué ocurrirá, sin embargo no hace nada: sólo acepta su destino, sin siquiera mirar al lector. Mi México se encamina a su muerte desde su sillón, se aproxima al borde de la locura, del destierro. Amo a mi México y no me gustaría verlo sucumbir así. Tierra de grandes pensadores, de increíbles movimientos, que sin embargo se han diluido por una apatía generalizada, apatía generada por la inmutabilidad y conformismo; pereza, negligencia. Grandes cambios se están dando, lamentablemente no en el sentido que, por lo menos, yo deseaba; la juventud es la única capaz de enderezar dicho trayecto. El trayecto hacia un México capaz de voltear la página, de no memorizar, sino de aprender y aceptar: de madurar. A mi México lo extraño. Lamentablemente, en este momento, sólo lo leo.
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