Probablemente para muchos cuatro días no fueron suficientes, en cambio algunos deseaban que los días se convirtieran en horas, deseaban salir de ahí, regresar a lo que estaban acostumbrados.
Un bello estado, cálida porción de Tierra perteneciente a nuestro territorio nacional. Muy húmedo y bastante soleado, vegetación basta y hermosos paisajes. Los amaneceres son increíbles, el Sol baña toda la costa, embriaga a todo aquel que se atreve a mirarlo, simplemente perfecto. Bastaban unos cuantos minutos para terminar enamorado de éste, para despertar temprano y disfrutar ese hermoso espectáculo.
El clima es denso, el aire sofoca de tal modo que respirar se vuelve todo un reto, la ropa pegada y mojada por causa del sudor que el astro te obliga a pagar. Las cejas fruncidas y la piel que arde se vuelve común entre el grupo. Esperan que la caminata por la costa sea lo que se selló en el pacto de la mañana.
Varios se muestran apáticos, y pocos simplemente disfrutan. Otros, observan. Un vasto mar de gestos y opiniones se podían divisar en sus actitudes, una que otra verdad brotaba al azar. Un gesto amable que no se podía ignorar y unos cuantas mentiras lograban exhibirse en la costa de la conducta.
Un baile de recuerdos amenizaron la fiesta, nuevas experiencias engalanaron la estancia y un cuarteto de concepciones se fundían para hacer una misma. Concibiendo nuevos mundos, creando grandes sueños y reflexionando sobre los ya exentos.
El tiempo pasó a un segundo plano, la experiencia comenzó a sustituirlo, llegando a ser lo único presente. El Sol marcaba el inicio de la cordura, mientras la neblina del crepúsculo difuminaba ésta, comenzando una demencia real, que poco a poco dominaba a la mismísima Luna. Luceros de insensatez intentaron desatar el esperpento clásico de Inclán. Sus noches duraban días y el amanecer era eterno, el gozo de la comunión comenzaba a hastiar a su realidad.
Quejas llegaron a inundar su habitación, su mente, su corazón. Un alma frágil observaba como poco a poco el pasado se desquebrajaba en los brazos de su cordura, sus principios dejaron de ser lo que la regía. Una sonrisa era imposible ahora dibujar en su rostro. Era tan obvio, tan evidente, tan claro, que se volvía invisible para el causante. No bastaban las lágrimas para descifrar aquel acertijo del que tanto presumía, del que ella temía y del que defraudada huía sin moverse siquiera. Una sonrisa cerraba el trato de la demencia andando.
Una noche a ciegas no es noche. Comenzar a llorar en la ambigua sombra que cubre tu rostro, que esparce la humilde honra que me queda, no es noche. Cuestionando a cada segundo mis impulsos, deseando que termine en cuanto los luceros aparezcan sobre nosotros, disculpa pero no es noche. Una noche que no deja brotar todo aquello que me haces sentir, que me haces soñar, que tanto me haces añorar... no es noche. Las noches eran tan bellas, llenas de Luna, llenas de estrellas, llenas.
Pétalos, ansiaba con ver los pétalos de alguna flor. No son comunes donde nos encontrábamos, el clima era cálido, húmedo... bastante húmedo, propicio para algunas flores, sin embargo, los tonos claros eran raros sobre la costa. Palmeras, árboles, edificios y calles algo sucias, ninguna flor, ni siquiera en la espesa selva pudimos hallarlas. Pensaba preguntarle a algún lugareño, pero la gente propia del lugar no era muy amable que digamos, nos miraban con cierta extrañeza. No eran todos, pero sí la mayoría.
Las flores me recordaban a ti. Son tan bellas, tan suaves, con un aroma inigualable y tan delicadas... son perfectas. El tiempo que pasé sólo no podía dejar de pensar en ti, todo lo que vi y en general viví, fue hermoso, pero contigo hubiera sido perfecto. Me hiciste falta.
Al parecer fui uno de los que ansiaba con regresar, aunque la belleza del amanecer me tentara a cambiar de parecer. Aunque si comparamos esa imagen con tu bello rostro simplemente es ridícula la comparación. Tus grandes ojos, que rara vez puedo mirarlos fijamente, no tienen igual, tu hermoso perfil y tu espléndida sonrisa, son dignos Venus. Te extrañé.
Una lluvia de jacarandas nos recibe mientras caminamos por el sendero que nos conduce a casa. El viento es fuerte, no para de revolcar las tristes hojas que yacen en el suelo, que se dejan dominar por éste, que vagan sin importar su destino, propias del viento, propias del suelo. Tan libres y a la vez tan dependientes que se vuelven reales. Las jacarandas no paran de adornar el camino, no dejan de caer, nos dejan ser. Estamos de vuelta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario