28/11/11

Comienza todo

Se ha perdido.

Se ha perdido la esencia del todo.

Se ha corrompido.
Se ha corrompido por la inminencia de la intranquilidad,
por la ausencia al tiempo, a la situación, a la realidad.

Comienza todo, empieza aquí.
El mismo lugar de ayer,
lugar donde te conocí.

Anduve por ahí, 
llegando a cada instante;
permaneciendo eternamente.

Compañía que me es insípida,
que me sabe a agua,
a nada.

Comencemos por responder.
Responder a aquellas voces,
de esas que sólo se escuchan por la noche,
armonizadas por las quejas de día ya en extinción.
Voces intermitentes, voces propias del escepticismo,
voces ajenas al mundo interno.

Caminos. Veredas
anfóteras. Mentes.

Todo ha cambiado.
No recuerdo la última vez que lo ignoré
o siquiera lo noté.

Sé que algo en ellos es diferente,
algo en ellos me incomoda, 
me hace sentir ausente.

Ingrávidas oleadas de creencias,
de especulaciones, suposiciones que sin preámbulo
me han de introducir,
en el camino que he de seguir.

Comienza todo, empieza aquí.


24/11/11

Páginas

Estás ahí, leyendo un libro.
-Eso es raro y más aquí.-
Literatura, seguramente. La portada lo delata.
Te miro disimuladamente, espero a que voltees.
Pasan varios minutos y no te percatas de mi mirada.
Sigo haciéndolo, sé que lo harás.
El viento sopla, es frío.
El sol no termina por salir, sin embargo ya hay bastante gente.
Tomo mis libros y camino a la mesa adjunta.
Saco un libro, lo abro. 
-Pasta roja, sin portada. Algo viejo.-
 Comienzo a leer.
Página 15 y sigues ahí, tan inmóvil, tan concentrada, tan seria.
El sol comienza a iluminar el edificio. La neblina se disipa.
-A quién intento engañar... no quiero leer.-
Dejo el libro sobre la mesa, entreabierto por si se llegara a ofrecer.
Miro de vez en cuando, a ver si no te has ido.
Continúas ahí.
-Qué ridículo es esto.-
Sonrío y me toco el cabello.
Volteas. 
No sé qué hacer. 
Te estoy mirando.
Indiferente, pretendes observar al horizonte.
-Como esperando a alguien.-
Cautivado (desconcertado), miro el borde de la mesa, como buscando algo.
-Tu mirada, probablemente,-
Vuelvo a abrir el libro.
Página 15, de nuevo.
Esta vez, -desinteresado o decepcionado tal vez- opto por leer.


Era un cuento, de esos pequeños que no hastían. 
Trataba de un niño, de probablemente 12 años, que se enamora de una linda señorita.
Dicha señorita, tenía bastante dinero, nadie la conocía en el barrio.
El niño todas las noches soñaba con conocerla, con platicar con ella.
Un día, el niño mientras pasaba por la casa, escucho que la señorita se encontraba en su lecho de muerte.
El niño no sabía que hacer, esto era nuevo para él.


Miro por encima de la página 32.
Continúas ahí, sólo que esta vez, con una sonrisa dibujada en el rostro.
Perplejo. No lo creo.
Nunca te había visto sonreír. Eres hermosa.


El niño no acepta la situación.
Se acerca Día de Reyes. 
Ese sería su regalo, que aquella señorita se compusiera.
Hizo una carta, la cual escondió.
Le comentó a su mamá sobre su preocupación.
Como era de esperarse, ambos padres mostraron cierto disgusto.
Sin embargo, esperaban que se recuperara aquella señorita.


Hago una pausa. El sol comienza a incomodarme.
Me siento en la otra silla.


Llega el dichoso Día de Reyes.
El niño despierta, la señorita continuaba enferma.
No habían traído alivio, sin embargo un par de pantalones nuevos en su recámara.
Continuaba insistente, quería ir a casa de la señorita.
Quería ver cómo estaba, conocer su casa y contemplar su bello rostro.
Nadie lo dejó acceder. Miraba desde fuera el ir y venir de los doctores.


Dejo la bufanda. El aire sigue siendo frío, pero ya no es molesto.


A la mañana siguiente el niño despierta, mira a su madre.
La señorita había muerto.
El niño pide ir a ver a la señorita.
Tiene confianza que resucitará, que regresará a la vida.
Se lo había pedido a los Reyes.
Así fue. El niño entre tanta gente logra subir por fuera de la casa, al segundo piso.
Ahí estaba ella, yacía ahí, tan bella.
Hablaba con ella. En cualquier momento despertaría.
La contempló todo el tiempo que pudo. La esperó.
Terminó por bajar y regresar a casa.
La iban a enterrar.
Perdida estaba la Niña Esperanza.


Página 55. El libro se cierra.
Me pongo de pie.
Es hora de ir a casa.

16/11/11

Nacimos para volver

Detén el tiempo, regresemos.
Cierra los ojos y hazme imaginar
que pronto de este infierno hemos de volar.
Comienza contigo y sigue conmigo; nosotros nacimos
para volver, para llegar allá donde todo es nada
y nada somos sin ello. 
La fecha, qué importa. Adonde vamos, eso y más se esfuma,
la luz se adhiere a todo cuerpo, se funde a cada entidad,
haciéndola un nuevo mar; lleno de olas, de espuma,
de luna que esparce su aroma a cada orilla de la bahía.
Un río, un lirio, un delirio. 


Vida monótona llena de costumbres y hábitos, 
tradiciones sin sentido que con el tiempo se hacen fiesta;
escapatoria de toda vida llana, sin sustancia, sin esencia.
Luces y cohetes iluminan el cielo, súbitos estruendos me hacen brincar,
me hacen despertar. ¿En qué momento ha de pasar?
Espero la cantidad exacta, espero que tus labios lo mencionen
que tus ojos lo corroboren, que finalmente pueda ver más que letras correr.


La distancia es grande, sin embargo mi mente te mantiene aquí, a mi lado.
Llamadas telefónicas que con el tiempo se hacen menos frecuentes,
mensajes que el viento se lleva consigo, cartas que cambian sin sentido,
imágenes que con el tiempo se fusionan a ilusiones; a meros sueños que mi mente
crea para escapar de esta insípida realidad.


Llegas a la bahía, luces hermosa. Nunca te había visto con ese vestido.
Es tarde, el sol se oculta por el horizonte, delinea tu bello rostro;
el sol confía en nosotros. No termina por irse.
Te abrazo, suspiras, beso tu frente y nos dejamos llevar por la marea.
Arena entre mis dedos, el cielo comienza a tornarse rojizo,
parecido a tus tiernos labios. Los beso.
Ninguna palabra se escapa, cada una de ellas se sumerge en la espuma 
y brota como una melodía. La escuchamos inconscientemente,
la podemos leer en nuestros ojos, la podemos palpar en nuestras manos,
en nuestros pechos. Puedo sentirlo, eres tú. 
Estamos enamorados.

7/11/11

Palabras anónimas que la gente ignora


Un cielo que me susurra al oído,
descríbele a la luna cómo te sientes,
el eco en la recámara me hace dudar.

Un oasis de silencio en la penumbra.
El cielo tuerto observa el polvo de una tarde llena de irreverencia.
Comienza, se lleva, se apaga. Me mira...
Cautivado continuo mi travesía.
El camino comienza a hacerse más estrecho, sin vicios.
Yo, sin juicio.
Me observo, te miro...
Es el mismo.
Que grata coincidencia rige la razón de ser de este mito,
sin juicio...
Que hermoso es saber que alguien te observa,
estando a prueba,
día a día, continúa la travesía.
Por ello el cielo a media luna trae consigo vagos recuerdos.
Extraños, difusos.

Al interior del mismo, la ausencia de la sombra a la que estabas acostumbrado,
al reflejo opaco del cuerpo esbelto que solía ser alumbrado
por aquel candil que colgaba a pocos pies del suelo.

Me siento, observo el óleo al pie de la cama,
ya ocho meses y continúa intacto,
enciendo la vela que con pocos centímetros antes de consumirse
continúa iluminando la pequeña morada,
la misma alcoba que albergaba 
las jóvenes almas dispuestas a fundirse.

Es extraño, insano tal vez, no logro comprender cómo sigue latente su presencia en la habitación, no nos dirigimos palabra alguna antes de que partiera. No recuerdo la última vez que siquiera nos tocamos, las palabras escasas eran, las miradas parecían ajenas. Poco a poco se fue desvaneciendo. Nuestra imagen... juntos.

La rosa, continúa ahí. ¿Cómo es que sigue con vida?

Palabras anónimas que la gente ignora, que la gente grita con la mirada perdida. Camina, se mira, sin embargo opta por la mentira.

Almas desconcertadas vagan por la vereda de la manera. Ruta del indigente, que sin rumbo alcanza a la amada libertad añorada por los incautos. Inocentes notas al final del cuaderno esperando ser reveladas por un hombre nuevo, diferente al individuo taciturno que esperaba cada noche a su eterna amada, aquella que lucía hermosa en las noches del gélido otoño. Brumosas sonrisas, alegres caídas, comenzaban a ceñir el destino de aquel sujeto.

-Te miras desconcertado.

Pasa la mano por mi cabello. Sonrío. Nunca había sentido: libertad por ella que me aprisiona entre sus brazos. Respiro, suspiro, me admiro. Ella continúa conmigo. El sol al parecer, no saldrá. Me alegro, el brillo en sus ojos basta. Dormimos.

-En el valle amanece a las 7am. Ella se ha ido.