Puristas.
Versos recitados con asombro por la gélida lluvia de otoño.
Gestos y murmullos que sobresalen entre ambos.
La verdad furtiva esperando ser encausada por los discípulos atentos, siempre dispuestos.
Discípulos ingenuos, inocentes seres que se pierden entre el paisaje, entre el esbozo.
Su boceto de la realidad siempre cambiante, palpitante, intransitable.
Realidad tan breve, realidad tan inadmisible.
Comienza estática. Ecuánime.
Miradas, sonrisas, versos e incluso palabras.
Resulta plausible hasta ineludible.
Incierta.
Miro mientras hablan, miro mientras callan.
Miro mientras miran, callan mientras miran.
Miro mientras miran, callan mientras miran.
Miro cómo se miran, hablan como se miran,
mas nunca me miran. Nunca me hablan,
por lo que callo, sólo miro, atento, a lo que callan.
¿Será por las lluvias, aquellas que tanto hacían enojar a papá?
Mariposas saliendo por la ventana, revoloteando, por la del del segundo piso, el que está pegado al anuncio luminoso. Aquellas criaturas confundiendo a todo personaje que pasaba esa noche por la ya vacía calle. No dejaban de salir, como aquella imagen de los cien años, la de de los jóvenes enamorados; algo parecido pasaba por acá, sólo que la razón era aún desconocida.
Caían, cual piedras al abismo.
Eran hojas que sin fin planeaban hasta el piso.
Como almas al purgatorio.
Ejemplo de lágrimas al crisol.
Cándido ejemplar de simpleza.
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