22/12/11

Hasta qué momento

Hasta qué momento la rosa comenzará a brotar,
hasta qué otoño las hojas dejarán de caer,
hasta qué grado el nivel del agua comenzará a bajar,
hasta qué tiempo las luciérnagas dejarán de brillar,
hasta qué instante comenzaré a extrañarte,
hasta qué verso comenzaré a replicar,
hasta dónde seremos capaces de llegar.

Nunca antes analizado y desenmascarado en tan poco tiempo,
unas cuantas miradas, expresiones furtivas, mentiras expuestas;
bastaron para convencerte que la realidad vivida en ese instante
era una vida completamente ajena al sujeto,
extraída de una mera historia, de un conjunto de experiencias -imaginadas alguna vez-;
eso era él, sin más atractivo que la duda en sus ojos y la sonrisa perdida entre tanta penumbra.

Era cuestión de tiempo para verlo caer, hacerlo dudar sin antes razonar;
la razón exenta en este tipo de situaciones sólo logra confundir más al individuo,
llenarlo de dudas, de aparentes soluciones y revolcarlo entre su propio orgullo.

Ahí yacía, en medio de toda una multitud, indefenso, casi desnudo, tan inseguro y vulnerable como en toda situación que pusiera en peligro el aparente equilibrio del que gozaba cínicamente.
Ahí estaba, mirando hacia arriba, preguntándose por qué había elegido ese camino, el difícil, el de la izquierda, el oscuro, el incierto, el que no llegaba a otro lugar más que a lo desconocido, al que le daba miedo, al que temía desde joven, desde que era un niño. Su camino.
Continúa ahí, juzgando, aparentando, sonriendo ante cada incidente, ante cada muestra de lo cotidiano -que se ha vuelto el pecar-, el sentir lo indebido, el gozar de impunidad al sistema del que fue parte, el sentirse víctima en este mundo alterno.

Sabe que el estar ahí no le hace mal; sólo logra confundirlo más. Adora sentir eso, honra sentirse así, como de otro mundo, como de nuevo un niño. Es un estado que para el no tiene precedentes, es un estado puramente perfecto, donde predomina la duda y el afán de revelar  lo incauto, de corregir lo nimio y hacerlo suyo, hasta el final.
Lo observan, comentan sobre él y su situación, pocos saben lo que en verdad está pasando, pocos saben porque está ahí, de rodillas, sometido ante tanto estrés que debe representar aquello. Una mera coincidencia. 

Quiera o no, lo hace pensar. Lo circunstancial de todo lo hace meditar; llenarse de ideas aparente insignificantes, ahogarse entre dudas surgidas por pequeños comentarios, asfixiarse entre ellas, con ellas. De vez en cuando hacen que se sienta mal, exiguo -como lo consideran algunos-, lleno de nada; de aquello que pocos conocen, los que en verdad han llegado al fondo, por su propio pie, al final, donde todo es como lo describen; diferente, siempre diferente. 

Pocas veces ha pedido auxilio, una especie de ayuda, de ese apoyo que sólo es escuchar lo que se tiene en mente, repetición de lo deseado; no es más que eso... un especie de espejo, un simple reflejo de los pensamientos recónditos, escondidos junto a los más míseros deseos, ahí, Recuerda un par de ocasiones, diferentes espejos, la misma situación, el mismo objeto reflejado, pero de distinta manera; a distinto tiempo.

Los reflejos de vez en cuando regresan, recordándole de dónde vino, cómo es que llegó ahí, al suelo, tan indefenso, tan indeciso, tan desconocido.


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