16/1/12

Ansia

Es extraño: miles de mentes, miles de rostros, miles de vidas. 
Un solo camino. Andares distintos, bajo el mismo principio, todos caminan.
Cada uno a su modo, a su ritmo, a su propia melodía.
Al pasar los días, cada estela emanada por cada individuo se fusiona al caer la noche, 
llega a rosar cada rostro, cada pecho, a acariciar cada cabellera, cada mano, cada alma.
Al caer la noche, todos nos hacemos uno, cada ser sueña, cada ser goza, cada ser es sí mismo por la noche, cada ser se une a otro, se enlazan, se hacen uno.
Por la noche soñamos, vivimos todo aquello que no logramos en el día; recordamos todo aquello que mientras manteníamos los ojos abiertos no recordamos, lo que ignoramos. Mientras soñamos vivimos. Manipulamos la realidad -esa realidad que creemos verdadera-, la hacemos nuestra, la modificamos a nuestra conveniencia, a nuestro propio fin, al fin de todos.
De vez en cuando, por la noche, permanecemos despiertos, sin sueño, sin ganas de vivir. Reflexionamos o simplemente alardeamos, permanecemos conscientes, presumiendo de gozar de razón y entereza. Cerramos los ojos e imaginamos -mas no soñamos-. Creemos.
La arbitrariedad de un sueño es de envidiar. El azar de un verso expuesto entre escenas algo difusas al despertar resulta perfecto para la situación que nos aflige. Escenas que con el tiempo se borran del yo consciente, pero que siempre quedan latentes en el subconsciente, esperando cualquier situación similar para aparecer esporádicamente y hacerte dudar -o reafirmar- la percepción del momento.
Extraño soñar. Envidio poder volar, poder ver los atardeceres por horas, extraño el mar, la marea, sobre todo la arena. Extraño su brisa, el chocar de las olas, el estruendo de las noches a la deriva, el silencio que provoca el mar abierto.

Nada se compara con esto.
Su mirada al llegar, la manera en que sus ojos delataron la realidad. Una realidad que parecía extinta desde hace años. Una esperanza que vivía en mí, incierta, algo ingenua. ¿Se acordará de mí, sabrá acaso mi nombre? Tenía miedo y nunca lo dejé de tener, ¿será esto verdad?
No sé qué ocurrió. Cada vez que no se tiene en qué pensar aparece su rostro sin más preámbulo que su hermosa mirada. Antes de dormir, se escucha su voz, menciona aquellas palabras que hasta hoy continúan confundiendo al sujeto. 
Pasan días, semanas y hasta meses, cree al fin que ha comprendido algo, cree haberlo olvidado; otras veces, sólo la recuerda, sólo a ella, sin palabras ni miradas, sólo ella y su intangible esencia. 

El sujeto, cansado de soñar y recordar,
ahora espera ver una vez más,
aquella mirada que delató su realidad.

Ansía conocerla de nuevo.

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