Entre las hojas caídas,
entre ellas espero; aguardo a que el momento ocurra.
Me refugio entre esas sombras,
las delgadas líneas que aún brotan,
de aquel árbol hoy perdido entre el ocre del paisaje.
Los miro, su seriedad me extraña:
siempre tan quietos, tan estáticos.
Son viejos, son sabios; y es que su vida
es vida y nada más. Son ellos, vida nada más.
También bailan, también miran.
Siempre están ahí.
Y es que son ellos, los que me acompañan,
escuchan y aguardan, desde que partí.
Confío en ellos más que en mí,
y es por ello que aquí me tienes:
escribiéndome.
Detenme, sé que puedes.
Es la noche quien es mi cómplice,
la conoces; ambos la invocamos.
Ambos la llevamos hasta el borde,
ambos nos llenamos y nos embriagamos.
Somo ello, somos cielo.
Escribe un verso y borra un recuerdo;
es por ello, que ella continúa siendo
una flor más que crece sobre el anhelo;
y más que eso,
aparece cada noche impetuosa,
como una ninfa más en este deseo,
símil a mi más repetido sueño.
Con el sol te marchas,
al horizonte: marcas.
Entre las lágrimas de un árbol,
entre sus hojas caídas,
espero una respuesta: fiel al momento,
devota al semblante perdido,
al aspecto filial, al cantar cedido.
Espero un final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario