El último nexo, aquel que con la noche aparece, que con la luz de la luna hace brillar hasta el más recóndito de los secretos. Es la luz que con el tiempo se va haciendo más clara, más obvia entre la noche extraviada, llena de estrellas o de una simple estela, de una extraña bruma o de un extraño manto que invoca que las catástrofes ocurran: una noche oscura; la misma que prometió un sin fin de cosas, un sin fin de momentos.
El sol va cayendo o emergiendo, poco a poco, desparramando toda su vida en todo el firmamento, en todos nosotros; el sol va cayendo, mostrándonos el camino: detrás de las montañas, más allá del valle, más allá de la ilusión.
La última quimera del sol de primavera, es, sin duda, la verdad pura, la realidad tomada de la esencia del horizonte, de cada escenario planteado, vivido y extraído; es la que todos conocemos, que deseamos, que anhelamos, incluso que extrañamos, sin embargo, que no vivimos. Es la primera hora del día, la última salida.
Un mar de letras la que inundan a cada momento las cabezas, ahogando todo pensamiento y toda voluntad; bañando de soberbia las miradas y de sordera todos los oídos; bañado de sospecha cada alma dispuesta. Desconfianza y recelo: un temor inconcebible.
La mañana comienza cuando toda alma ha sido despojada.
Un amargo sabor para disfrutar la dulzura de la vida. Se repetía a cada instante, pero entrada la mañana se podía comprobar por qué. Lo miraba llegar a la oficina: de traje, corbata, zapatos bien boleados, sudor escurriendo por su frente, un portafolios ajustado a la cadera. Lo primero que hacía al entrar, sin siquiera saludar, era correr a la esquina enfrente de mí y servirse, en su vieja taza lisa, un café de la cafetera que desde la mañana el señor de la limpieza nos hacía el favor de rellenar. Sin azúcar, sin crema, caliente. Proseguía a saludarnos, darnos la mano tanto a hombres como a mujeres, era un tipo muy reservado, -lleno de misterios, decían las mujeres jóvenes que apenas en Enero habían entrado.
Recuerdo un día, creo fue a finales de Marzo, que él no llegó a trabajar. Nadie se percató, la empresa estaba cruzando momentos muy difíciles, un problema entre los directivos era el tema principal tanto en la oficina como en las horas de descanso; la falta de un hombre en un puesto de poca importancia, al parecer no resultaba relevante. Me llamó la atención que faltara, nunca lo había hecho y vaya que llevamos trabajando mucho tiempo juntos. No tenía su teléfono ni su dirección como para contactarlo. La cafetera ese día no se vació.
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