Björnkulla, Estocolmo, Suecia |
Breve amanecer. Confío que sea suficiente. Confío que el sol aparezca de nuevo, pronto. Confiero mis penas a ti, por cierto. Me esfumo entre cuerdas y lineas, surjo del suelo y me vuelvo neutro. Normas de agua, nubes de hielo, ¿en verdad me esmero? Asiento, respondo, me vuelco. Vagamos por tierras sin nombre, preguntando, no entendiendo, aprendiendo del cielo. Recuerdo el cielo, era color de arena, infinito, sin nubes, sin cielo. Intermitencias, latentes, furtivas, discretas, sincretistas, si acaso sinceras. Nombres de llama, recuerdos de lana, corazones de mentes, siervos atemporales, sin cuerpo y sin nombre. Locos los llaman, locales alaban, pierde el sentido, recobra venganza. Confiesa la vida, confiere tu muerte. Acepta la espiga que del centro emana, no envuelto en ego, sino del censo. Del campo que cubre mares y montañas, aldeas y praderas, el centro del centro, el centro del fin. Fuertes peldaños que infieren la vida, que la hacen suya, caminan, también respiran. Qué fuerte es el viento que del sol emana, empapa la costa y la llena de vida. Enfrenta la marea que cae del cielo, siéntete libre de dudar con el sol, y es que la luna nos mira de noche, y se baña de espaldas. Vive de sueños y llora de día o sólo de risa. Sólo ellos lo saben y es que desde siempre, se han mirado de frente.
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