Por primera vez, cumplía 22 años. Dos números iguales, consecutivos, pares en apariencia, no en esencia. Las primeras horas de ese día las pasé en frente de la computadora, terminando un examen que sin duda debí reprobar. Dormí minutos antes de las cuatro de la mañana, con la misma ropa del día anterior, sólo esperando despertar y entregar ese examen.
Amaneció. El frío de la mañana me obligaba a permanecer acostado a pesar de que el sol ya me esperaba en la ventana. Fue hasta las diez que las alarmas de los celulares me obligaron a levantarme. Vendrían varios amigos a desayunar. Sólo una amiga vino; sin embargo, aún así los tres desayunamos.
Tenía quince pesos en la cartera, los cuales se habían caído mientras dormía: No los perdí. El examen todavía estaba inconcluso, fue hasta una hora exacta antes de que empezara la clase cuando decidí darlo por terminado -y es que faltaba todo un inciso, sin tiempo, sin idea de cómo resolverlo, sin ganas.
Dejamos ir un camión, minutos después, otros dos. Subimos, platicamos, reímos. Miraba la playera que me habían prestado: Era igual a una que solía tener, que hasta ahora no tengo idea de dónde quedó. Ésta era más grande y no tan maltratada, se veía mejor. El desodorante que me prestaron no disimulaban lo humano que olía, si me recogía el cabello nadie lo notaría: Me río.
Bajamos y caminamos a la escuela, la misma caminata, analizando todo de lo que estuvimos platicando en la mañana. El día estaba nublado, como todos los 13 de noviembre. El día al parecer me ayudaría a no sudar más, a que no apestara. ¿Por qué la importancia de esto? Exponíamos. Todos lo dejamos a la suerte, y es que sólo somos máximo quince personas en el salón: El ridículo no puede ser tan grande.
Ya en la exposición, improvisamos, como en la vida, pseudo-triunfamos. El profesor se burló sutilmente y cesó la exposición. Mencionó el trabajo que sería para el siguiente miércoles y apagó las luces. Las mañanitas se escucharon y le metió el dedo a mi pastel. Era un pastelito que me regalaron dos amigas antes de la exposición, tenía una fresa y zarzamoras en la parte superior.
Fuimos a beber al lugar de siempre, donde también se puede comer. Este día era especial, lo sabía. El grupo fue diferente, estaba emocionado, feliz y nervioso. "Tenía 22 años."
Fue cuando me enteré. Se había marcado la pauta. Esperaba que ese día caerían fragmentos de algo que nadie sabía en el Mar Índico, que habría lluvia de estrellas y que era probable que reprobara el examen. Nunca me pasó por la mente lo que en verdad había pasado.
Se estaba dando un paso más para que todo terminara. La desconfianza, las mentiras, el miedo mismo, se vieron reflejados en una serie de números que denotaban un acontecimiento. Mi cumpleaños dejó de ser mío. Había nacido una excusa.
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