Era la última luna de otoño. Mis palmas tibias, mis dedos congelados. No puedo dejar de mirarla, de perderme en sus ojos. Sus pecas me recuerdan a la Vía Láctea, sólo visible en mi memoria desde la sierra oaxaqueña. Su sonrisa hace que todo se detenga, donde respiración y pulso se sincronizan. Mi parpadeo dura una vida entera: cubrir mi espalda con una colcha, abrir la puerta de nuestra casa de madera y mirarla ahí, de espaldas. Sentada, difundiéndose entre la espesa cascada de nubes que fluye hacia el valle, delineada por el contraste de sol y bosque. Agitas tu mano frente a mis ojos, noto que mis ojos siguen mirándote. Cada conversación que tenemos, con palabras, con miradas, me provocan vivirte. Sé que te irás, mas espero algún día cubrirte con mis brazos, besar tus manos y compartir esta locura que no me deja dormir, la misma que me hace soñar mientras te miro.
Firenze |
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