La Habana, Cuba |
Tu indiferencia hiere,
aún más, la historia infiere:
mis últimas palabras,
nuestras primeras letras.
Nadie entiende porqué te miro, porqué finjo hablar contigo. No entiendo porqué. La última conciencia, la primera estela, de este interminable dilema. No confío en las palabras que leo, que escucho, no confío en las últimas miradas silenciosas. Espero en gran parte llegar a amarte, pero seamos sinceros, ni siquiera puedo llegar a cuestionarte. Por las mañanas te espero, para la noche ya no puedo siquiera mirarte. Por tu parte sólo te fascina verme sonreír, mirarme cómo me burlo de mí, inconscientemente, al hacerme creer que detrás de esos ojos existe un sentimiento o siquiera una palabra para definirme. No me creo. Lo escribo y me niego, pero creo es cierto. Diferentes tiempos. No confieso: lo sabes. Siempre lo has sabido. Es triste... tal vez. Bien, ya no tanto, intento hacerme a la idea que no vale la pena; que no te conozco y que algún día algo cambiará: me miento. Me esmero, en serio. Pero amo mentirme, fingirme. No sé qué busco al hablarte, tal vez sólo busco, eso: sólo busco. No sé qué encontrar, qué buscar, y al parecer ni el día ni la noche conocen la respuesta. Sólo apareces tú, en cada instante, siempre que deseo olvidar. Olvidar hablarte, escribirte, olvidarme. Volver a empezar, regresar, confluir y suprimirte. Tu indiferencia, soslayo del mundo interno que no se logra expresar: sabes lo que haces. Obviamente no tengo idea de qué es eso, tampoco sé lo que hago, qué escribo, para qué lo hago. Creo debería dejar de escribirte. Al parecer ya no existes.