Apenas abro los ojos y la veo. No puede ser, sigo acostado y el Sol ya entra por la ventana. ¡Pero que extraño, no cerré las cortinas! Debí de haber tenido mucho sueño. ¿Dónde están mis zapatos? Genial, tendré que caminar descalzo hasta la cocina, tal vez ella todavía se encuentre ahí. ¡Pero que desastre! Al parecer no he limpiado desde hace mucho, qué debió haber pensado ella cuando entró. Espero no se haya asustado.
Mmm... no está, debió haber ido por algo de comer, ya que en este maldito apartamento nunca hay qué comer. ¡Genial! tampoco hay electricidad, ni siquiera escuchar la radio podré hacer. Será mejor que arregle un poco antes que regrese mi Lucero.
Libros y más libros, parece que antes de conocer a mi Lucero no tenía más que hacer que leer. Con razón los compañeros de trabajo decían que estaba loco. ¡Oh, una foto! parece ser mía. ¡Ja...! era tan pequeño, todavía estábamos juntos, la familia entera... sin excepción. Por acá... este libro me trae muchos recuerdos, fue el primero de todos, mi padre me lo dio cuando era apenas un niño. Recuerdo que no sabía leer, me entretenía viendo las curiosas ilustraciones del autor. Después de muchos años lo volví a abrir... y vaya sorpresa que me llevé. Aquel libro había sido escrito por aquel ancianito que tanto detestaba, pero a la vez despertaba la inquietud que vivía en mí por saber el origen de ese cabello de color plata y esas grietas que surgían donde finalizan los ojos. El abuelo, él era el abuelo. Su carácter no era algo que envidiar, mucho menos algo que desear, siempre solo; intentado alejar a todo ser que se atrevía a hablar con él, hasta mirarlo era un crimen en el juicio diario en el que vivía el pobre anciano. A lo largo de toda mi estancia, nunca me dirigió palabra alguna. La única vez que lo intenté solamente gané una mirada bastante pesada, de esas miradas que te tumban sin saber de donde proviene.
Mi padre decía que el anciano me amaba, que nunca había querido algo de tal forma. Era realmente especial para el viejo. Obviamente nunca lo creí.
Mm... mi Lucero no ha llegado, ya se tardó. Ha de haber ido al mercado, ese al que tanto odio que vaya. Espero y traiga un poco de pescado, hace meses que no pruebo un buen filete.
¡Carajo, maldito mueble! No recuerdo haberlo puesto aquí... lo debiste haber movido tú, mi Lucero. Pero está bien, ya hacía falta una nueva decoración. ¡Ah! Con que aquí estabas... llevo días buscándote, quien diría que estuviste debajo de ese estúpido mueble toda la semana. Debiste caerte aquella noche lluviosa en la que mi Lucero nos esperaba.
Esa noche fue muy extraña, acababa de llegar del despacho y mi Lucero ya estaba en cama. Por alguna extraña razón no se levantó a darme la bienvenida a diferencia de todas las noches. Dejé el abrigo y el borsalino en el perchero, mientras que el paraguas lo dejé recargado en la puerta. Todas las luces estaban apagadas, sólo una luz tenue aparecía entre las sombras del apartamento. Provenía de nuestro cuarto. Una vela era la infractora de aquella oscuridad que aterra. Mi Lucero estaba ahí, tendida en la cama sin hacer movimiento alguno.
Ya las 6 y el Sol comienza a ocultarse, la electricidad no regresa. Mi Lucero no aparece, me tiene un tanto inquieto, el hecho que mi pequeña ande caminando por las calles sin alguien que la acompañe, sin alguien que la proteja. Debería salir a buscarla.
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