Hoy no salimos, ni las cortinas abrimos, es mas ni el sol vimos, sólo estuvimos los dos en casa encerrados. No recuerdo el momento en que despertamos, no recuerdo el momento en que dejé la cama para comenzar con una labor que rara vez hacía. Comencé a pintar, y esta vez estabas conmigo.
El lienzo estaba tendido sobre el piso, la sala no existía. Sólo tú y yo. Tomamos las pinturas y comenzamos. Comenzamos con lo que muchos sueñan, con lo que muchos añoran, incluso con lo que muchos viven. Empezamos a dibujar nuestra vida.
No había más en los lienzos que felicidad, nuestros sueños plasmados, nuestros sueños cobraban vida, tomaban color, comenzaban a hacerse realidad. Los trazos se movían, no podían estar quietos. De pronto, los mismos trazos comenzaron a dominarnos, a movernos, a poseernos y hasta convertirnos en parte del lienzo, de nuestro lienzo. De nuestra vida.
Nuestro rostros eran diferentes, una sonrisa infinita podía notar en tu rostro, unos ojos tan profundos que me perdía en ellos como cuando apenas los 12 años cumplidos, éramos unos niños. Nuestras manos se enlazaban, no podían permanecer alejadas, no, eso jamás...
Comenzamos a caminar por todo el lienzo, había una parte que nos llamó la atención, un lugar especial apenas al principio, era nuestra casa. Nuestra primera casa.
No era grande, mucho menos lujosa, a decir verdad nada bonita. Pero ambos la compramos con el poco dinero que teníamos, a pesar que nuestros padres se oponían, empezamos a vivir juntos. ¿Recuerdas? No podíamos estar separados, un día, dos días, me era imposible.
Todas las mañanas en esa casa fueron hermosas, inigualables. Despertar sin tener que comer, sin tener siquiera que vestir, no tener nada, era hermoso; nos teníamos el uno al otro. Con eso bastaba. No tenía trabajo, no estudiaba, tú solías ir a la escuela y yo acostumbraba acompañarte, tomábamos la vieja bicicleta que era de mi hermano; recuerdo que esperaba hasta que salieras, no importaba el tiempo que demoraras ahí siempre estaría. Tus padres me odiaban, decía que era un inútil, un bueno para nada... y lo era hasta cierto punto. No sabía hablar francés ni latín, no sabía tocar la guitarra ni el violín, no sabía ni siquiera combinar una camisa con una corbata, era un inútil. Labrar madera, reparar bicicletas, tal vez pintar y uno que otro poema podía escribir, cosas inservibles solía hacer. Cosas sin sentido ni fin.
El dinero con el que lográbamos sobrevivir lo obteníamos de los contados cuadros que llegaba a vender, más que nada los compraban tus amigas y en algunas ocasiones uno que otro primo que llegaba a venir, el resto del dinero lo ganabas tú gracias a la beca de la universidad. No entiendo cómo lo podías hacer, manteniendo a este espécimen que tenías por prometido, atender los labores del hogar, opinar sobre las horribles pinturas que realizaba y aún así conseguir buenas calificaciones; vaya que eras especial.
Cómo olvidar los vestidos que bordabas con tus propias manos, como lograbas transformar el pedazo de tela que aparentemente no tenía solución en un lindo vestido con el que lucías espectacular. Verdaderamente eres hermosa.
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Te amo.