3/5/11

La eterna bruma

Un silbido al eco recitado, al río una piedra lanzada,
un libro a las llamas arrojado, una botella de vino derramada sobre la cama...
un alma rendida entre las sábanas.

Una criatura hermosa yace en ella, 
una deidad perfecta se manifiesta,
un simple mortal la observa,
la desea... anhela con tenerla.

Sólo están ellos, nadie más en la habitación.
El viento que logra colarse por la ventana,
la respiración de la musa y el latir de ambos corazones,
una completa sinfonía. Armonía total.

Hermosas cosas he visto, pero nada como eso,
nada como aquella noche, la Luna en verdad hizo magia.
Hechizó cada rincón de esa habitación, encantó ambos cuerpos,
los unió de tal modo que fueron uno, un sólo ser en esa alcoba, 
en esa sinfonía de amor.

Fue eterna la noche, el alba tardó años en aparecer por la ventana,
el viento poco a poco dejó de susurrarles al oído.
Comenzaron a despertar, el encanto de Morfeo 
comenzaba a disiparse, la belleza del amanecer era inigualable, 
era simplemente perfecto.

Él no podía dejar de mirarla, no podía apartarse de ella,
era imposible dejar de abrazarla, era imposible dejarla.
Su primer día con ella y probablemente el último,
él sabía que no pertenecía ahí, que no era su destino.

No sabía su flor favorita, no sabía de donde provenía,
ni su nombre tenía. Era un pobre hombre lleno de dudas.
Era un hombre completamente perdido, un hombre abandonado
por su propio sentido; simplemente un hombre rendido.

No quería despertarla, no quería que se percatara que un extraño había estado ahí. Evitaba hacer ruido mientras me levantaba. Me fue imposible no mirar por la ventana. Estaba nublado.
Una extraña bruma amenazaba con descender al valle.

La neblina comenzó a cubrir la casa, a todo el pueblo. Era primavera por lo que eso era poco común. No había gente en las calles, las luces continuaban encendidas. El sol comenzaba a ocultarse. La oscuridad empezó a reinar en el valle. En mi corazón.

La incertidumbre empezó a dominarle,
a llevarle al grado de lo absurdo.
No comprendía la razón, mucho menos la solución,
el valle estaba oscuro y su corazón en apuros.

Intentaba sonreír, admirar lo que descansaba sobre la cama,
sobre lo hermoso que había sido todo. Le era imposible.
La idea del valle completamente a oscuras era desquiciada,
dominaba alma y cuerpo. El temblor era inminente.

Esperaba salir de ahí lo antes posible, la sinfonía se había vuelto la estridencia insoportable que era su vida antes de irrumpir en la vida de la deidad perfecta a la que llamaba su musa. Él estaba perdido. Un simple mortal en las manos de la eterna bruma.

Comencé a sudar, las manos las tenía frías, mis dientes comenzaron a chocar entre sí. Los ojos me ardían, el sudor había superado mis cejas. El frío era insoportable.

Aún tendida en la cama, su musa continuaba, 
mas no por eso el único elemento de obsesión 
del mísero hombre. La bruma cesaba.

La cordura regresaba y el miedo emergía,
él estaba solo, la musa despertaba.

El dilema era emanado por los rayos que atravesaban el fino vidrio. Ambas opciones parecían funestas, la coyuntura estaba perdida.

Optó por marcharse, por huir como todo ser, 
como todo humano. Evitar a su musa.
Mientras caminaba entre la ya ligera bruma,
no podía quitársela de la mente,
esperaba llegar a casa y olvidar lo acontecido en el valle.

Le fue imposible, el pobre hombre a toda hora 
la recordaba. El viento, el valle, su propio corazón, la bruma.

Un pasado algo lejano, lo inquieta,
lo incita a actuar de cierta manera;
el odia ese pasado, él desea olvidarle,
comenzar con un nuevo pasado, uno que no desvaríe.

Él sonríe. Él lo siente, pero lo finge.
Es tan humano como nosotros, tan triste,
tan miserable como todos. Somos humanos,
indecisos, inseguros, traidores, pero al fin, 
siempre dispuestos a dormir con nuestra musa.

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