Soñé que compraba una buganvilia, si de esas flores color magenta. Estas flores no expiden un olor característico, mas bien son como hojas, no pétalos.
De pequeño acostumbraba mirarlas, me encantaba el hecho que las pequeñas abejas se introdujeran en ellas, salían todas llenas de polen. Por la casa de mi abuela había una pared llena de buganvilias, parecía que estaba formada sólo por las plantas, era impresionante, por lo menos para mi edad. Amaba ver la banqueta de color magenta, llena de flores. El sonido al pisarlas era realmente veraz.
Compré la pequeña flor en un huerto, cerca de donde actualmente me hospedo. No me sorprendió en ese momento que apareciera un huerto donde horas antes había estado un consultorio dental. Que importa, ahora tengo una buganvilia, y vaya que es hermosa.
Seguí caminando a lo largo de la ya deshecha banqueta. Esta vez no había gente conocida en la calle. Pero algo me llamó la atención. Entre las ya floreadas jacarandas caminaba una bella dama. Usaba un sombrero que combinaba muy bien con su vestido. Este último era rayado, azul con blanco; hermosos colores. Por el sombrero se asomaba su lindo cabello lacio, caía hasta sus hombros. Era negro, brillaba, era eternamente precioso, maravilloso.
Ella iba del otro lado de la calle. El sol hacía brillar el vidrio de sus anteojos. No sabía si me miraba, pero obviamente sabía que la observaba. No me importaba. Continué caminando.
Por un momento creí que mi buganvilia se sentiría celosa. No fue así. La mujer del vestido azul no mostró importancia a mi mirada, ni un ligero gesto, ni un ademán. Mi presencia en esa calle se esfumó al momento de entrar en contacto con aquella mujer.
Pasó, ahora a mis espaldas estaba. No me decidí a voltear hasta que llegué a la esquina. Una esbelta silueta se dibujaba al final de la calle, era ella... tan hermosa. ¿Pero qué pasa? Sonrió. No lo podía creer, la mujer del vestido azul me había sonreído. Estaba totalmente inmóvil, mi mirada perdida, mirando a la nada. De pronto olvidé a donde me dirigía, ella ya no estaba.
Llegué al portón de mi casa, no podía abrir, tenía a mi buganvilia en brazos. La dejé un momento en el suelo para sacar las llaves del pobre morral que colgaba de mi hombro. Ahí estaban, justo al lado del viejo libro que ella me había regalado. Ese viejo libro vaya que tiene historia, no es muy agradable pero me recuerda a ti...
Entré a la casa, estaba sola, oscura, vacía. Aún olía a ese triste invierno en el que te fuiste, era frío, confuso. Las fotos continuaban intactas, el cuadro inconcluso y el librero vacío, te fuiste y todo en la casa quedó... así como está.
El sillón rojo. Era del abuelo, tendrá sus años pero sigue siendo igual de cómodo... como me hubiera gustado conocer al viejo. Vaya, no puedo dejar de pensar en ella. Fueron contados segundos los que invadió su presencia en mi ser, no puedo creer que ni su nombre conozco y su mirada proyectada en mi mente continúa latente. Es de esperarse después de un día tan pesado. ¿O fue la hermosa sonrisa que robé al doblar la esquina? Espero tengas la respuesta flor mía...
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