Cuando el cielo comienza a tornarse de un azul muy parecido al terciopelo que adorna las viejas cortinas es señal, que el día está por terminar. Que el agraciado regalo del día a día está por llegar a nuestras austeras manos. El momento de reflexión y comunión con nosotros mismos se hace más próximo, más claro.
Comenzar con revisar las fotografías tomadas en el día, bajo la lluvia; intentar realizar un retrato sobre el rostro que más te llamó la atención, proseguir por abrir el nuevo libro, hallar la página, intentar recordar quién era el tal "Robles". De vez en cuando disfrutar de una jugosa pera, o por qué no, una manzana. Al pasar, mirar por la ventana, ver qué acontece. Qué tan diferente es la esquina por las noches: la gran cantidad de gente que espera, que observa, que aguarda.
Como transcurre el día no hay que desear la noche, sino el día habrá sido en vano. Disfrutar la luz, el sol, las sombras, las curiosas figuras que se forman con las nubes, poder ver los altos árboles mecerse al ritmo de la primavera, observar a la gente caminar siguiendo su mismo camino a diario, la misma gente. Las hojas rodar, las aves volar, uno que otro perro comiendo fuera de uno de los tantos negocios de comida en la capital, las obras viales, puestos de periódicos, mercados, franeleros, uno que otro panadero esperando a que llegue el patrón, los famosísimos puestos de tacos apenas limpiando y barriendo el lugar para poder comenzar de nuevo con la larga jornada. Es gente de ciudad, gente acostumbrada a hacer lo mismo a diario, una rutina, una vida, un sólo destino.
Es raro, pocas son las cosas que marcan un día. Cosas que son especiales o raras -a mi criterio diferentes- son temas de conversación con la familia a la hora de la cena o motivos de reunión con los amigos. Es lo interesante de la vida en una ciudad, al parecer todos los días serán los mismos, el mismo patrón, la misma rutina, el mismo individuo; pero de vez en cuando la vida nos da pequeños destellos de lucidez, de razón, de felicidad pura. Sin esos pequeños destellos nuestra vida como la conocemos... no existiría. Probablemente muchos de nosotros no viviríamos y la vida de los pocos que habría, sería realmente aburrida, sin sentido tal vez.
Por eso agradezco -a quien tenga que agradecer- por los días, como también por las noches. Qué sería de nuestra vida sin noches para reflexionar, sin noches para recordar, sin noches para soñar. Dejemos atrás el tiempo, de vez en cuando, la rutina. Caminemos en la lluvia, pisemos un charco, comamos en esos tacos de afuera del metro, saludemos a los niños que se asoman por la ventana del transporte público, mencionemos "Qué bonito perro tiene señor", sonriamos a la mujer que nos hace sentir especial, dibujemos un rostro sin saber quien es, apaguemos la T.V,, el radio y hablemos con nosotros mismos; gritemos cuando nos den ganas de hacerlo, llamemos a ese amigo que tenías en el olvido, no te molestes por ver al mismo político maquillado en cada camión, sólo míralo y ríete, siéntete afortunado de no ser él, compra un pay de queso de cinco pesos, no habrá cosa más deliciosa en la misma avenida; juega un volado con el merenguero, intenta contar los pasos hacia tu casa, no pises las líneas que hay marcadas en el piso, arrastra los pies para que le des toques a la gente, apaga tu cigarrillo y compra una paleta con chicle dentro, observa las nubes y déjate llevar por ellas.