6/7/11

Esperemos...

Empieza a llover, las primeras gotas comienzan a caer,
el delicioso aroma entra por la ventana, algo cerrada.
Los grillos no cesan de tararear su melodía, 
no dejan que el clima desvanezca su hermosa sinfonía.
Los murmullos de la calle cesan, agua acumulada en las banquetas,
una ligera brisa baña mi ventana.
El olor a café combinado con el de una lluvia veraniega, 
desearía recuerdos, pero no llegan.
Su imagen invade mi mente, es difícil retirarla,
no es más que un rostro dibujado, soñado, anhelado.
No logro identificar quién es, no lo quiero hacer. 
Es perfecto, tan irreal que mi mente lo plasma en un ser. 
Es ella.
Saborear el café, algo frío, me recuerda todo un mundo.
Un mundo tan dulce con un final amargo.
Los pasos y murmullos cesaron, sólo agua caer es lo que se escucha,
uno que otro automóvil irrumpiendo el compás de la naturaleza.
Sólo algunos, los necesarios para mantenerme lúcido.
Ya es tarde, en pocas horas comenzará la rutina del día a día;
¡cómo la odio! Desearía que cada día, cada hora, cada momento fuera diferente.
Con la misma gente, pero diferente.
Recuerdo su hermosa sonrisa, su mirada algo perdida. 
En verdad se le extraña.
Lluvia, malentendidos, grillos, refutar, nada, ansiar.
Extrañar.
El sueño aún no llega, aunque mis ojos comienzan a cerrarse.
De nuevo la brisa, esta vez en mi brazo. 
Un destello ilumina el cuarto, me hace ver que estoy solo. Todos ya están dormidos, los grillos yacen en silencio; debió haber sido el estruendo lo que los atemorizó.
Continúo contemplándola, ella sigue despierta. Probablemente no se ha percatado de mi presencia. Es tan bella.
Recuerdo como haberla abrazado, y es extraño, ya que nunca pasó. Vaya que mi imaginación ha ido demasiado lejos, hace días que ni una palabra mencionamos, varios días sin siquiera mirarnos. Ella continúa leyendo, y yo, atónito.
Al parecer nunca supo a ciencia cierta de mi existencia, una criatura fugaz, un ser con caducidad. Un forastero seducido por la única flor en esta tierra fragmentada.
La lluvia no cesa, mis deseos de verla tampoco. Parezco un loco, hablando con los grillos que aparentan escucharme, y por supuesto, no dejan replicarme. El brillo del agua me recuerda a sus ojos: grandes, bellos, profundos, tan transparentes. Iluminados.
El libro descansa al pie de la cama, no deja que me aproxime. Hace bien, no queremos despertarla. La opción sería dejarle una nota, pero eso la asustaría; esta noche basta con mirarla unos cuantos segundos. Sería perfecto robarle una sonrisa. Insuperable.
El café se terminó. Los papeles del escritorio, ahora húmedos, revelan la profundidad de la noche. El aroma se diluyó, las pocas hojas que quedan yacen en el suelo. El periódico entreabierto, las pantuflas casi deshechas, café derramado en mis pantalones, el teléfono sonando. La puerta, no está.
Es hora de dormir. 
Esperemos... ella continúa ahí.

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