18/7/11

Un cisne

Ligeras gotas caen donde antes estuve esperando,
una sonrisa artificial se dibuja en mi rostro
es sólo el pálido reflejo de las nubes que de un lado
a otro se deslizan queriendo cubrir la inmensa ciudad desanimada.
Una sombra al horizonte se delinea, debajo del árbol,
un alma más en busca del sortilegio capaz de difuminar
la espesa bruma que trajo consigo el verano,
ingrávidos destellos de luz trae consigo un carnaval,
el carnaval de la dicha y la felicidad. Sí, corto es,
pero un carnaval no deja de ser.


Un corazón intermitente, totalmente expuesto, desnudo.
Al centro de la galaxia, yacen todos, todos nosotros,
nuestros pensamientos, nuestros deseos, yacemos ambos.
Una ligera sospecha que lo vivido fue sustraído,
que el pasado en el olvido está y que el futuro a nuestras manos pasará,
No nos queda más, que esperar. 
Los sinónimos de un impaciente al pasar la hoja encontrarás.


El bello aroma de las flores al despertar,
el baño de luz al abrir la ventana y esperar
a aquella mujer que nunca volvió a caminar
por aquel bulevar donde le viste pasar
una noche en que la luna se dignaba
a rosear sus campos con su magia invernal.
Te debiste ausentar, si la verdad preferiste afrontar.
Su simple voz te hacía temblar,
su presencia lograba hacerte volar,
viajar por el cielo y junto a una nube imaginar,
que ella a tu lado estaría si un simple abrazo le lograras robar.


Un sueño eterno, un horizonte llano, una ilusión evidente,
un deseo tangible, una belleza pasajera, una misión sin fin;
comienza con una palabra, una frase, termina con un recuerdo.



Paso la hoja y me vuelvo a encontrar con su rostro,
el mismo rostro que páginas atrás creí haber leído,
aquel que tanto aparece en sueño tras sueño,
ahí donde ninguna voluntad predomina, 
donde la libertad pura y la dichosa utopía reinan sin conjetura,
el bello rostro que creí haber visto alguna vez.
Al que me vi encadenado, encantado con seguir
para buscar una explicación a su hermosura,
a su desquiciada cordura.
Sólo más interrogantes surgían,
más detalles le aparecían,
al pasar las páginas las letras me sonreían,
era ella misma, el rostro era una mujer.
Hermosos ojos, delgados y finos labios,
hermosa sonrisa, radiante como un sol de verano,
delicado cuello, desnudo, hermoso.
Un suave movimiento entre páginas, un ligero pasar entre hojas,
se deslizaba con tanta cautela, con tanta sutileza,
podría confundirla con un fino cisne, pero más hermosa sin duda,
la esperaba... continuaba cambiando las páginas, 
esperando a que apareciera, que me sorprendiera.
No le digas que me gusta, deja que lo descubra.
El cisne emprendió el vuelo.
Letras, palabras, frases, regadas por todo el pasillo,
y el mísero rostro continuaba latente,
no abandonaba mi mente.
Probablemente el delicado cisne nunca existió.

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