12/12/12

Nexos: 1

El último nexo, aquel que con la noche aparece, que con la luz de la luna hace brillar hasta el más recóndito de los secretos. Es la luz que con el tiempo se va haciendo más clara, más obvia entre la noche extraviada, llena de estrellas o de una simple estela, de una extraña bruma o de un extraño manto que invoca que las catástrofes ocurran: una noche oscura; la misma que prometió un sin fin de cosas, un sin fin de momentos.

El sol va cayendo o emergiendo, poco a poco, desparramando toda su vida en todo el firmamento, en todos nosotros; el sol va cayendo, mostrándonos el camino: detrás de las montañas, más allá del valle, más allá de la ilusión.

La última quimera del sol de primavera, es, sin duda, la verdad pura, la realidad tomada de la esencia del horizonte, de cada escenario planteado, vivido y extraído; es la que todos conocemos, que deseamos, que anhelamos, incluso que extrañamos, sin embargo, que no vivimos. Es la primera hora del día, la última salida.

Un mar de letras la que inundan a cada momento las cabezas, ahogando todo pensamiento y toda voluntad; bañando de soberbia las miradas y de sordera todos los oídos; bañado de sospecha cada alma dispuesta. Desconfianza y recelo: un temor inconcebible. 

La mañana comienza cuando toda alma ha sido despojada.

Un amargo sabor para disfrutar la dulzura de la vida. Se repetía a cada instante, pero entrada la mañana se podía comprobar por qué. Lo miraba llegar a la oficina: de traje, corbata, zapatos bien boleados, sudor escurriendo por su frente, un portafolios ajustado a la cadera. Lo primero que hacía al entrar, sin siquiera saludar, era correr a la esquina enfrente de mí y servirse, en su vieja taza lisa, un café de la cafetera que desde la mañana el señor de la limpieza nos hacía el favor de rellenar. Sin azúcar, sin crema, caliente. Proseguía a saludarnos, darnos la mano tanto a hombres como a mujeres, era un tipo muy reservado, -lleno de misterios, decían las mujeres jóvenes que apenas en Enero habían entrado.

Recuerdo un día, creo fue a finales de Marzo, que él no llegó a trabajar. Nadie se percató, la empresa estaba cruzando momentos muy difíciles, un problema entre los directivos era el tema principal tanto en la oficina como en las horas de descanso; la falta de un hombre en un puesto de poca importancia, al parecer no resultaba relevante. Me llamó la atención que faltara, nunca lo había hecho y vaya que llevamos trabajando mucho tiempo juntos. No tenía su teléfono ni su dirección como para contactarlo. La cafetera ese día no se vació.

5/12/12

Miradas al mar

Alguien con la noche tendrá que sufrir. 
Eran las diez, aunque todavía el tiempo no se lograba dividir. Miraba al occidente, miraba la luna, su reflejo y las olas golpear contra las rocas. El leve sonido de una tranquilidad infinita, podría pasar días, semanas, y el sonido sería el mismo, siempre constante, siempre tan vivo. 
Me gustaría ser parte de él, del mar, llenarme de su sabiduría, de su paciencia, de su eterno resplandor, producido por ella o por él, por las azules mañanas o por los rojos atardeceres; nunca mintiendo, sin esconder nada, mostrándonos todo lo que nos empeñemos en buscar. Cimentado por rocas, colgado de estrellas. Un hermoso espejo para la luna.
Miro más allá de esas rocas, no logro ver algo que reconozca, ¿qué será? La luz aún continúa, sobrepasa mi visión, lo hace ver como si se doblara. Me muestra lineas paralelas a la playa, me muestra espuma, me muestra olas, me muestra paz: me muestra nada. Me incita a pasar.
Intento contar las estrellas, son demasiadas. Intento nombrar cada una, me es casi imposible, más porque aparecen en ambos lados del horizonte: en uno altas, inmóviles, parpadeantes; en el otro, sumergidas, difusas, con vida propia. No sé si siguen siendo las mismas, se ven tan diferentes, ambas reflejadas entre sí, ambas brillan y nunca acaban. 
Me gustaría tocar alguna, guardarla en mi bolsillo, soñar que nos adentramos juntos hacia allá, hacia después de las rocas. Me gustaría compararlas, tomar ambas, pesarlas, mirarlas todo el día, desde el alba hasta el ocaso. Recordar ambas.
Es increíble que al estar frente a este enorme cielo análogo no exista otra persona mirándolo desde otro lado, porque es seguro que existe: hay cuatro puntos desde donde mirar, yo ocupo uno, los otros tres lugares seguramente alguien los ocupa o los ocupará algún día e inferirá lo mismo; porque no me cuestiono, lo sé, porque ellas me lo han dicho.
El viento no deja de susurrarlo, la arena en mis pies descalzos no deja de recordármelo, las olas constantes y el silencio que las acompaña, los luceros con el fondo oscuro, el tono azulado que se presenta al mirar por mucho tiempo, las pequeñas nubes que se forman, la bruma que te hace regresar las estrellas al mar, a dejarlas libres de nuevo, a dudar sobre la existencia de los otros tres hombre que miran, con los pies descalzos, el horizonte en busca de un igual. Es tarde ya, el día se acerca a su final: alguien con la noche tendrá que surgir.

10/10/12

No es la noche


La noche está cayendo, hace que todo calle, aquí dentro. 
Las luces ámbar me recuerdan el sol, el de hace ya tiempo, 
el que se asomaba por la ventana por donde llamaba. El mismo.

Calles empedradas, banquetas adoquinadas, letreros de madera,
letras retocadas, pasillos sin fin, balcones por doquier.

Son los túneles llenos de misterio y las pendientes que puedes encontrar,
son los verdes pastos y las viejas flores que en él descansan;
es la gente que en las cantinas está, son las estatuas que cobijan la mirada,
son las plazas que sin duda llenan la ciudad, son las fuentes
que con el tiempo no se terminan de llenar. 

Son los relojes viejos que de algunas paredes cuelgan ya, 
son las sombras de los sombreros que chocan contigo al pasar,
es la triste historia que los ojos narran al preguntar; 
es el sol casi blanco,que llena el cielo de un extraño color,
casi cían, que es difícil ver por acá.

Son las mañanas, son las tardes, no es la noche;
es el extraño temblor que al caminar se siente en los pies,
es el aroma que diferencia la realidad de un sueño:
es la luna, que a todo tiempo no se encuentra.

Son los portones de madera, los detalles de hierro, 
los extraños vitrales, los incontables negocios, 
las curiosas macetas. La fraternidad del subsuelo.

17/9/12

Final de un ciclo


La arena se está terminando, y con ella la paciencia de las estrellas. Ahora me miran con recelo, ya no me susurran las respuestas, la luz de su estela termina por evitarme, me llena de dudas y se aleja poco a poco, como el mar cuando te alejas por la sierra que lo aísla. Te nivelas con la niebla, miras hacia abajo o hacia arriba y ya da lo mismo, todo es blanco, con ese toque de incertidumbre que sin duda humedece tus prendas y rocía tu cara como si acabaras de llorar. Son las pequeñas gotas en el cabello lo que te hace pensar, te hace mirar atrás para intentar ver el mar ahora cubierto por la niebla; intentas ver un barco más, un paisaje más real, más leal. De nada sirve, estás muy lejos como para siquiera intentar de nuevo voltear, es triste saber que tendrás que seguir adentrándote en la montaña, seguirás caminando hacia el cielo, para intentar llamar de nuevo la atención de esas estrellas ahora extrañas... Comenzarás a creer de nuevo en el sendero que una vez seguiste, el de las persianas cerradas, el del alce blanco, el del espejo empañado, el mismo sendero. Caminarás y caminarás, abrirás los ojos y celebrarás cada paso alcanzado; nadie te acompañará, pero te sentirás tan rodeado de palabras y consejos; seguirás subiendo hasta que la última piedra caiga por la ladera, seguirás riendo hasta que el último eco resuene en el horizonte y opaque el sonido de las olas; corregirás el rumbo del viento, lo aconsejarás y platicarás con él un rato hasta que tus pies se sequen. No dormirás, sería rendirte; declamarás los puntos cardinales con sólo una mirada. Incendiarás el aire circundante con tu respiración, lo corromperás, lo harás parte de ti como lo hiciste con las rocas que antes hiciste caer. Son el tiempo, son el cielo. La vista aquí no es cuestión de azar, no es casualidad, la has dejado caer y ahora el suelo no terminas de ver, es tan grande y ligero, tan empinado y suelto, es la realidad que se empalma sobre tus pies, es la gran enseñanza del mundo de ayer, es el suelo el que ahora te dejará caer. ¿Son fotografías a blanco y negro, son negativos? La verdad luce tan diferente e igual al caer, al dejar los brazos mecer; son cuestiones que sólo al tiempo le han dejado algo por saber, y no es lo más hermoso que la tierra te ha dejado ver, sin embargo, es lo más austero que pudiste llegar a conocer. No es la gracia de las estrellas reflejadas sobre el fango de tus agujetas, no es la risa de la luna al esperar la lluvia, no es la brisa que el mar de vez en cuando te obsequia para que lo recuerdes, no es la misma moneda que recogiste dos días seguidos en distintos lugares, no es la etiqueta de un traje usado, no es la bruma que sale del cuarto después del baño, no es la risa de todos presentes, no es la duda que las letras te ocasionan, no es el momento de lucidez después de un silencio eterno, no es la vida misma, es la esencia del acto mismo: el inverso del contexto terrenal. El cuadro colgado en una pared vacía, blanca, con suelo de duela, con sólo una lámpara que ilumina más la esquina que la puerta misma. No hay ventanas, pero hay viento, mece la sombra expedida por la lámpara. La luz choca con todo espacio y lo rellena, de nada, pero lo hace: nadie lo duda. La expectación de los presentes se hace notoria. Es un escritor chileno o una lluvia axial. La dramática del momento no lo deja pasar, brota a cada momento, no nos deja en paz. Puedes tenerlo todo, siempre y cuando no existas. No lo dejas de repetir, te hace sentir mejor, estás por encima de todos al pensar, al probar. La luz del fuego te hace despertar, el sol aún oculto está, no dudas en preguntar a dónde se han ido todos a tu fiel amigo que despierto ya está. No recibes respuesta y es que el sueño aún no ha concluido, eso intuyes desde lejos, justo al lado del fuego. No te dejarás mentir, no estás seguro. No quieres pensar, quieres dormir, quieres vivir, quieres soñar. La ansiedad termina por levantarte, el eco de tus pisadas no terminó por dejarte dormir, es tiempo de decirte que la mañana se avecina y con ella la marea que todo se lleva. No hay tiempo. No hay tiempo de vivir, debes continuar preguntando, debes continuar dudando, antes que se acaben las preguntas y acertijos que te ha puesto la niebla, la luna y sus estrellas. Es tiempo de mirar al cielo y mirarles; es tiempo de llenar tus bolsillos de arena y sonreírles, es tiempo de cantar la verdad con el mar en tus oídos, es tiempo de mirar al suelo y no temerle, de llenarse los pies de tierra y tocar el fuego, de soltarlo y llevarlo a la boca, al pecho al cuerpo entero; es tiempo de lidiar con uno mismo y con el cielo entero; es tiempo de brillar con ellas, de comprenderlas, de estar tan solo como ellas alguna vez lo estuvieron, es momento de acompañar y permanecer a un paisaje, tan único e inigualable, de respirar el vacío y exhalar cordura, con paciencia. De pintar cada cuadro, de iluminar cada habitación, de llevar ese vacío al viento que entra por la ventana inexistente, de sellar la última carta firmada. De jugar una bella partida.

Monte Albán. Oaxaca.

16/9/12

Sería mi Esperanza

Un libro rojo en sus manos fue lo que empezó todo. Recuerdo el viejo sol de la tarde y la espesa bruma que se asomaba por detrás de los edificios color blanco; recuerdo su mirada a lo lejos y lo bella que se veía, tan sería y resumida. Era su sonrisa, que desde tiempo atrás había notado, eran sus rasgos y su ser plasmados en cada instante que desde lejos contemplaba, era perfecta: en su momento, en mi momento, siempre lo fue. Leía, era un cuento, se llamaba Esperanza; yo era ... y sentado estaba, de espaldas al sol, mirándolo fijamente. Sabía que ahí estaba, no podía no confundirme a cada instante, a cada párrafo, entre libro y realidad; no dejaba escapar detalle alguno de su rostro y de su andar. No era la primera vez que la miraba, tiempo atrás en los pasillos la había visto, tiempo atrás había soñado con ella -no lo sabe, no lo sé-, hace tiempo que había estado con ella, en cada deseo, en cada feliz momento, a cada respiro y en cada anhelo. Me vi crecer con ella, estudiando, riendo, llorando, me vi envuelto en ella, escribiendo con ella. Me vi fingiendo y al instante descubierto, nunca fue así; desde que nuestros caminos se cruzaron, la verdad comenzó a fluir a cada mirar, a cada paso y a cada semblante que se dibujaba en nuestros rostros, era infalible la certeza. A veces sólo miraba, no lo creía, estaba con ella, como en el libro, justo para finalizar el cuento: justo enfrente de su ventana; la miraba y la recordaba entre lineas, la comparaba con lo hermosa que lucía el primer día: cada vez me parecía más hermosa; nunca la dejaría escapar, ella sería mi Esperanza. La primavera había llegado, y con ella la razón envuelta entre el rocío de la mañana.


Teotihuacán. Estado de México.

16/7/12

Agave

Cuando el agave es del mismo color que los cerros que han quedado atrás, se sabe que se está próximo a llegar. El aire tiene otro aroma, uno de libertad y costumbres, un aire nuevo pero fornido. El sol obliga a que frunzas el ceño, como cuando se intenta ver más de lejos; del mismo modo va bañando toda la tierra que poco a poco va tornándose rojiza, muy parecida a la arcilla. Se puede observar a las orillas pequeñas acumulaciones de agua, simulando hermosos lagos, más como presas. La diversidad de alturas, el sube y baja de la carretera, así como los hermosos paisajes que sin duda hacen recordar escenas nunca escritas de la Guerra Cristera; se alcanzan a oír casi en su totalidad los gritos de aquella época, casi se puede aún respirar la pólvora recién quemada, ver aquellas familias enteras deambulando por todo el campo, como esperando a ser retratadas.

La brisa que desde saliendo del valle se hace notar, las nubes bajas acariciando cada rincón de los montes que se van encontrando, la ráfaga de gotas que distraídas se encuentran con el parabrisas, las líneas intermitentes y a veces continuas en la carretera; los eternos nopales que en todo el territorio se les encuentra: siempre salvajes, siempre tan grandes, siempre presentes.

Los ranchos empiezan a aparecer: desvariados, sin un semblante propio, extinguidos en sí. El espejo inmenso aparece justo a un costado, refleja de una forma tan interesante la tarde que sin duda es un gusto recordar, las aves nos sobre vuelan, nos llenan de su gracia y nos contagian de su ilusión. 

Los sombreros comienzan a ser más comunes, las coas y cuñas son cada vez más indispensables en el paisaje; cada vez son menos los árboles que se observan al pie del camino. Un río, dos ríos, que corren hiriendo al camino, atravesándolo. Humaredas a lo lejos, es verano, no es tiempo de la quema, son ladrillos o es basura... Letreros verdes a lo alto comienzan a opacar el azul brillante del cielo. 

A los pocos pensamientos, comienzan a aparecer las casas, el letrero de bienvenida y el inconfundible restaurante con nombre de santo que desde ya décadas nos ha alimentado y ha sido refugio en días de fiesta. Sin duda es el mismo. Regresar después de años me trae una sensación que hace erizarme la piel, un sin fin de recuerdos que sólo con la lluvia hace que se desvanezcan, por lo menos, en momentos. 

Nos detenemos a cargar combustible. Es extraño, creo que es miedo lo que siento. Miro hacia el pueblo: hacia donde empieza y continúa, hacia donde me mira e inspira, y hacia donde me tienta y me resguarda. Está lleno, retiro la toma y la pongo en su lugar, el joven encargado pide disculpas, no les encontré sentido. Sonrío y subo, saco algunas monedas que descansaban sobre la palanca del piso y se las entrego; antes de soltarlas pregunto por su domicilio, dándole el apellido; el joven contestó de la misma manera que contesté a su disculpa. Todos en el auto se extrañaron. Ni una pregunta ni una mirada. 

No recordaba bien el camino, si bien el pueblo es chico, para mí, todas las calles lucían igual. Teníamos que llegar a la plaza, una vez ahí, encontraríamos la manera de llegar con la familia. Preguntamos casi al instante: todo derecho, ahi en el árbol a su derecha, y ahi sí que todo derecho. Entramos por la calle de un solo sentido, del lado izquierdo la plaza y enfrente nuestro, la iglesia: tan diferente a las de la capital, tan marrón, tan bien tallada, lisa, con su torre incompleta; el kiosco, remodelado hace algunos años, igual, pero con menos palomas; giramos a la derecha, justo antes del mercado. 

La calle... un nuevo estacionamiento, sin mencionar la tienda de regalos y la estética; me sorprendió, aún se conservan los azulejos sobre las banquetas; la casa que anteriormente era la más elegante, ahora sola, rezagada ante las premuras del tiempo. Nos estacionamos justo al frente de donde solíamos pasar las tardes juntos, platicando sobre diferencias, sobre diferencias que en ese momento rodeaban nuestras vidas, de un futuro que de pequeños nunca divisamos juntos; de las incongruencias del viaje y lo bello que era ver llover por las tardes desde el balcón.

Solíamos ir por una nieve, perdón, por una de las paletas de vainilla rellenas de cajeta, de las que sólo vendía el señor en su carrito con la leyenda "ricas y delisiosas paletas"; justo al frente de donde se vendían (y se venden) sombreros, botas y hebillas. Por cierto, nunca compré uno, creo esta vez lo haré: muchas cosas han cambiado desde que me fui.

Dejé las maletas de todos en la alcoba, la de arriba, la que tiene el balcón que da a la calle. Ingresé solo, cuando entré estaba vacía, lo podría asegurar. Me recosté un momento en la cama, las sábanas estaban frías, perfectas para un día como hoy. No pude resistirlo y desesperado aspiré hondo cerca de la almohada con la triste ilusión que su aroma aún estuviera ahí, esperando a ser recogido por mí para ser transformado en la última escena, la más duradera y la más perfecta de todas las que inundan mi mente. No fue así, humedad y polvo lo único que pude recoger de ahí. Creí conveniente levantarme de ahí, salir a respirar aire fresco, aire nuevo. El balcón estaba cerrado.

Bajé para terminar de saludar y para comenzar a presentar. Era la primera vez en diez años que me sentía ajeno a esta posición. Los niños querían conocer la plaza; yo tenía hambre, un pretexto perfecto para continuar con esta ilusión. Caminamos por toda la calle hasta llegar a un costado de la iglesia, justo ahí un señor vendía guasanas. La única botana que nunca soporté, su olor, su textura... Se trataban de garbanzos aún verdes, los cuales se hervían y se servían con salsa al gusto. Ni siquiera hice por convencer a los niños que los probaran. 

Cruzamos la plaza, la cual aún continuaba rodeada de árboles y bancas debajo de estos. Toda custodiada por los hombres del sombrero y bastón, de mirada penetrante y retadora, del aroma a tequila y del trabajo duro. Una que otra colilla en el suelo mostrando que la plaza continuaba viva. 

Jóvenes del nuevo bigote y las viejas botas, de la misma mirada de los hombres del sombrero pero sin esa compasión o amabilidad que los traicionaba casi al instante; música alta en camionetas con llantas grandes, llenas de lodo, de barro; era música de desamor o de lujos, de excesos y falsas vidas, era música alta. El viejo estudio continuaba abierto, a pesar de todas las advertencias que supuestamente había dado el dueño, la paletería con sandwiches de nieve de vainilla seguía endulzando la llegada a nuevos visitantes, continuaba recordándome aquellas tardes. Las tardes en las que desde temprano formados estábamos, esperando a que terminaran de preparar el agua, del sabor que fuera, pero siempre estaba la fila. Platicamos, nos miramos, cada quien paga su agua y cuando la situación no es muy buena, una para los dos no nos molesta. 

Salimos, cruzamos la calle y nos sentamos, platicamos hasta que la lluvia nos corra o la señora llegue y se la lleve. No quisieron nieve, mucho menos agua. Se aburrieron a los pocos minutos, el sol seguía en su punto más alto, las campanas llamaron a misa, querían regresar a la casa. Como era de suponerse, ellas ya se dirigían para acá, por lo que nos vimos obligados a regresar con ellas a la iglesia. 

Era otro padre, ya no estaba aquel padre joven que no dejaba pasar la oportunidad para regañar a cuanto creyente se le pusiera enfrente, ahora daba la misa uno viejo, lleno de canas, con la sotana que le arrastraba, con una mirada siempre caída, como vigilando que ningún demonio fuera a tomarlo de los pies; sotana blanca con el paño morado, micrófono colgando del cuello, rodeado de los mismos cinco monaguillos.

La asistencia a la cita era la misma: gente sentada, gente parada, gente afuera, gente viendo; señoritas, como siempre, con hijos que apenas menores a la mitad de su edad; ancianas rodeadas de nietos, todos con ojos verdes y piel morena, al igual que ella; uno que otro hombre, con sombrero entre las manos, recargados en la pared, como deteniendo el templo ante cualquier desastre; un coro de infantes llorando, pidiendo a gritos ser sustituídos. La misa finalizó: la bendición cayó sobre todos nosotros.

Al salir, el sol ya sólo bañaba un costado de la plaza, tentaba a la multitud a ser congruentes con lo dicho hace pocos instantes; cada quien tomó su rumbo y sin vacilar las parejas se tomaron de la mano y caminaron juntos, hacia donde el sol se ponía. Nosotros, en cambio, como familia, nos sentamos cerca de la otra esquina, opuesta a la esquina que conducía a la casa; el globero pasaba y creí conveniente comprar uno para los niños, mala idea ya que les divirtió más perseguir a las palomas, hecho que sin duda resultaba extraño para los propios del pueblo.

Comenzó a caer una ligera brisa, contrario a lo que pensaba, la gente corrió a ocultarse de ella, como si se tratara de granizo propio de la Capital; la familia no fue la excepción, los acompañé a la casa, tomé el abrigo y el sombrero (diferente a los que se observan en la plaza) y salí a reconocer el pueblo viejo. Las calles, aunque la lluvia no es como la que acostumbramos en la Capital, con truenos y una brisa inclinada, se llenaron casi inmediatamente de barro líquido, llevándose toda criatura o elemento minúsculo que a su paso se opusiera, las calles parecían pequeños ríos. Mis zapatos, mis calcetines, casi todos mis pantalones estaban mojados, con esa coloración rojiza que caracteriza al verano.

Caminé entre calles, buscando la dirección que no existía textualmente, buscando la locación que entre sueños recordaba; continuaba caminando, entre el olor a tequila, guasanas, tabaco, arcilla y almas surcadas. Era azul, creo, con azulejos por fuera, en la banqueta; sin protecciones en las ventanas; la puerta siempre abierta. Con estas referencias, no llegaría a ningún lado (creía); los colores de las casas casi habían cambiado en su totalidad, si no completamente, los verdes ya lucían como un amarillo línea 3 o los rojos ya parecían rosas pálidos; no recuerdo el tipo de azulejo y creo eso es importante ya que casi el cien por ciento de las casas tienen una banqueta forrada en azulejos; llovía, no había razón para mantener la puerta abierta, las moscas entrarían o simplemente el agua arrasaría con cuanta cosa encontrara ahí dentro.

Estaba perdido. No sabía en qué punto de la ciudad me encontraba, el sol era una mancha homogénea en el cielo, coloreando de un amarillo pálido toda la densa capa de nubes.


No dejé de caminar hasta que me topé con un declive, de concreto, parecido a una rampa de las que hay en cada esquina del pueblo y de la Capital; este declive estaba justo al frente de un salón: muy grande, con ventanas rectangulares con los bordes pintadas de café, las paredes verdes ya descuidadas donde en algunos lugares se observaban inscripciones haciendo alusión a diferentes temas que en el momento, no reconocí. Me llamó la atención el salón y toqué el portón... Nadie atendió, pero noté que sólo estaba emparejado. Entré.

El interior estaba oscuro, no era muy tarde pero por la lluvia todo se había tornado como si fuera observado como una escala de grises. Busqué el interruptor: lado derecho, escaleras; lado izquierdo, cajas y cajas, y el interruptor. Sólo se encendió lo que debió corresponder a la barra. Botellas todavía con algo de líquido dentro aparecen mientras más atención pones, incluso vasos en el piso y unos cuantos de vidrio sobre la barra. Giras a la izquierda y encuentras los baños, todavía sucios con ese aroma tan característico a convivencia con alcohol. No terminas de darte cuenta que estás solo cuando un sonido capta tu atención. Intermitente, hueco.

Sales del baño, asustado, probablemente, con ganas de averiguar qué fue ese peculiar sonido. Caminas a casi a ciegas, te encuentras con dos columnas que sin duda adornaron este lugar en tiempos ya pasados, sigues, tocando el muro con tu mano izquierda. Tropiezas, son vasos. Continúas hasta que tu mano deja de establecer contacto con el muro. La bajas, tus pies aún sienten algo. El escenario, tarima o el templete; algo en alto. No dudas en subir, tocas de nuevo el muro del que fuiste dueño hace unos segundos. Encuentras un interruptor; lo enciendes. Inmutado, te sientas a la orilla del templete, miras hacia arriba, lo ves, todo el salón rodeado de arcos que adornados por las columnas sostienen el segundo piso, hoy, ahora, oscuro.


Me tomo el cabello, dejando a un lado el sombrero, miro mis manos, mis pies, mi rostro. Cuánto ha cambiado. No me quiero poner de pie, el sonido que hace poco te perturbó, ahora ya sabes qué es.
Cumplió quince años, era su fiesta, la más esperada por los adultos y por nosotros. La misa fue en la iglesia de la plaza y la fiesta en el salón más grande que se podía rentar en ese entonces; el vestido más bello y más sencillo para la jovencita más bella y más sencilla. Todos los detalles del salón, desde las cortinas y los manteles hasta las servilletas y listones, eran de color verde, como sus ojos: perfectos, profundos, hermosos, honestos. Yo portaba un traje que fue de mi abuelo, era viejo, algo descolorido, me quedaba largo de las piernas y corto del tiro, el saco tenía un agujero en un codo y el forro estaba casi deshecho; pero eso sí, tenía unos detalles en verde, y para mí, era perfecto.

Llegué tarde esa noche, la misa había sido desde temprano pero mis padres me habían prohibido asistir tanto a la misa como a la fiesta; me las arreglé y mi mamá me me dejó ir un rato en la noche, ya que mi padre se había dormido. Estaba comenzando a chispear, así que tuve que correr desde la casa al salón. Cuando llegué a éste, la fiesta ya llevaba mucho de empezada, incluso ya había gente afuera discutiendo sobre el viejo y el actual gobierno, sin importar que lloviera. Entré, nadie notó mi presencia, pasé inadvertido entre los invitados, y los colados, buscaba a ella, buscaba sus ojos, que me mirara con este traje que tanto trabajo me había costado conseguirlo e intentar arreglarlo sin que se dieran cuenta; que lo mirara, que notara: que sus ojos y los detalles eran del mismo color, que eran lo mismo, que supiera que sabía el color de sus ojos, que sabía qué pensaba y qué quería; que la quería.

El vals ya había pasado, le prometiste que ahí estarías: le mentiste. Caminas, entre la gente, buscas. Sus padres te ven, sonríes y saludas, te ignoran. No importa, continúas. No está abajo con los mayores, tienes la certeza que está arriba. Impaciente subes las escaleras, casi derribando a una señora que bajaba por ellas, todavía hay más mesas arriba, con gente más joven; caminas entre ellas, mirando cada rostro que se atravesara, recordando cada semblante por el resto de tu vida, encontrando al amor de tu vida... No está, recorriste todo ese piso y no la hallaste, miras hacia abajo: desesperado, desconcertado, ansioso, abatido. Intentas encontrar una señal, un ruido, unos ojos fulminantes. Miras arriba, te preguntas qué haces ahí, no deberías estar aquí, con toda esta gente, llena de prejuicios y de pensamientos ajenos a mi mente; en este lugar lleno de luces y música que hasta la fecha desprecias; de este calor que te produce la corbata mal amarrada; de esta ceguera que te produce la incapacidad de encontrarla, de esta costumbre de acuñar cualquier sentimiento leído en alguna novela, la banal costumbre de creer en los sueños vividos. Sin más qué hacer, te vas.

Caminas; ya no importa la lluvia, ya no importa el traje ni los detalles. No comprendes qué fue lo que ocurrió, dónde estaba, por qué no fue perfecto. Abres los ojos, sigues en el salón. El ruido que te asustó hace tiempo, ya cesó: la lluvia había parado y por tanto las goteras también. Tomas el sombrero, abotonas el abrigo, apagas la luz que ya para poco sirve, bajas de la tarima, tocas por última vez esa columna, apagas la luz de lo que fue la barra y sales. El sol ya se está ocultando, deben de estar preocupados en casa, seguro piensan que estoy en la cantina. No es mala idea. Dos calles, tres a la derecha: "El Especial". 

Entré, las fotos de los caudillos de la Revolución y unas otras de los cristeros aún colgaban de las paredes. Espejo enfrente de la barra, las mismas botellas baratas a medio llenar y la foto del familiar justo a un lado de la caja para cobrar. El mismo Toño que le servía tragos a papá, es increíble. Tequila, no hay más; en un día como hoy, lo emergente se perderá con el click de los hielos. 

Saludo, amable, pido y me siento. Espero, mirándome al espejo, que vuelva la imagen del joven niño que aún si quisiera no alcanzaría la barra con ese viejo traje con detalles verdes; espero que reaparezcan todos los semblantes de los invitados, que me indiquen con la mirada dónde está. 
Continuabas por la calle, intentando hallar donde tu padre se embriagaba, donde todo dolor y preocupación desaparecía. Dos calles, una, dos... Un grito, un sollozo, como el de la lluvia al iniciar, te hace voltear. Esos ojos... era ella. Ambos corrimos, nos encontramos entre el río de lamentos que arrastraba la lluvia en esa calle. Nos abrazamos, le dije lo ridículo que yo lucía y lo que significaba, ella reía y lloraba con la lluvia. Tomó mi mano y nos dirigimos adonde no recuerdo cómo llegar. Saltamos la reja, ésta rompió su vestido, entramos por la puerta de atrás, la cual siempre estaba abierta: reímos por última vez. El tequila ya estaba en la barra. La luna iluminaba el interior de la casa, la llenaba de una tensión especial, de una magia sin igual. Toño pedía los treinta pesos, sacas la cartera y sin titubear pagas otro. Llegas a la sala, se besan, por primera vez, como en tus sueños, le acaricias las mejillas, ves sus ojos sin siquiera verla a ella, miras por la ventana, a la luna, y la ve completa: llena de lluvia, llena de estela, llena de ella. Bebes. Besas su cuello, no puedes soltarlo, es tan suave y fino; tan dulce y cálido; tan tuyo y suyo. Cierras los ojos: saboreas. Tocas su cintura, tan delgada y delicada. Rosas tus labios con sus labios, quieres tenerlos todo el tiempo fusionados. Tragas. Se recuestan sobre el sillón, no se escucha otra cosa más que sus respiraciones, no hay otro sentimiento más que el latir de sus corazones: a la par. Abres los ojos, cada quien con su vaso, son su rostro, con su latir y con su historia. Sus almas se fusionan, sus ombligos se encuentran, el ombligo de la luna, su piel es fría, la amas. Tomas el pequeño vaso, el caballito, miras el fondo, no termina: lo sé. El acto es eterno, así lo saben, es tan sincero y natural. Bebes con los ojos abiertos, miras a la ventana, al techo. Abrazados, eternamente, confías en que nunca acabe, en que ustedes y la luna sean los únicos testigos, por siempre: fieles. No puedes evitarlo, las lágrimas comienzan a brotar, caen directo al vaso, sin dudarlo. Consolidado al fin, su lazo infinito, jamás se rompió, su pacto especial jamás se quebrantó. 

Sales de la cantina, aún con los ojos húmedos por tanta lluvia. La luna sigue tus pasos, tu sombra es tu reflejo desde hace mucho tiempo; no sabes qué dirás, no sabes cómo lo harás. Llegas a casa, todos sentados en la sala, los niños ya con su ropa para dormir, todos cenan. Conchas con leche, los imitas, finges que todo está bien: que la luna y tú, esta noche no se vieron. Decides posponerlo.

Por la mañana salen todos, apenas el sol emerge de por atrás de las últimas montañas. Tú conduces, la familia callada en la parte de atrás aguarda a que suceda. Llegan, te estacionas, apagas el auto, abres los seguros, bajas con cierta desconfianza. Caminas. Caminas entre la tierra roja, hasta llegar al césped, hasta el último pasillo, les dices que los amas: a todos, incluida ella; mientras el viento comienza a acariciar cada rincón del camposanto. 

Jesús María, Jalisco, México

12/7/12

Se es


Se es quien es sin duda alguna. Se aparenta ser sin antes haber sido quien se aparenta ser: de menos en sueños. Se cree que se es cuando la verdad lastima, cuando el sueño litiga como realidad. Se cree que se es cuando la ficción suena como un temor insípido. Se termina siendo cuando la verdad carcome cada sueño hasta terminar siendo la duda que al principio descubría. Sé quien eres al momento de ser, sin miedo a que el otro ser se involucre invirtiendo tu tes. Se estima cuando no se termina de ser y se complementa siendo un otro en uno. Es sin duda la pregunta que con el tiempo se responde, la mañana que por la noche es interrumpida, ¿o acaso el ocaso envuelto en el eclipse de medio día? Es la mañana por sí sola. Sé quien eres antes que el astro mayor te cuestione, por la noche, te llene de dudas y termines por revertir el futuro: siendo el presente lo que se vivió la noche anterior queriendo ser lo que en el momento vives. Se cuestiona cuando no hay más que hacer. Es lamentable, lo sé, pero actualmente la noche nos ha educado de esa manera. Esa era: sé quién es. Sé quien eres sin duda alguna.

1/7/12

Elecciones 2012

La ciudad calla. Guarda un silencio sepulcral.  El aroma a azufre por las calles es difícil de ignorar, las calles mojadas reflejando el brillo opaco de la luna al pasar; ya hace varias horas comenzó la contienda electoral y varios a pocos minutos de empezar a contar los votos desertaron sin dejar de alardear.


Es increíble el sonido que se alcanza a apreciar, un sonido que sólo se siente aquí dentro, justo debajo del cuello y encima del ombligo; una presión interna, no lo podría clasificar como un miedo, ni como una emoción antes conocida, como bien dijo un amigo: "Creo que así se ha de sentir estar en guerra, o algo similar...". Es una incertidumbre abismal.

Lo único que me he atrevido a hacer es mirar la luna. Sí, observarla; cómo se oculta, cómo aparece, cómo se hace más grande, más brillosa, cómo nos mira, cómo se llena -nos llena-: de esperanza, de miedo, de asombro, de tiempo.

25/6/12

Desde los sismos hasta los hitos


Ya el 1 de Julio serán las elecciones. Un ambiente extraño nos rodea, a todos: jóvenes, niños, ancianos, adultos, personas al fin. Un aire difícil de respirar es el que nos circunda, por lo menos aquí, en la capital, cada vez el aire es más complicado de asimilar. Este aire comenzó desde hace varios meses, desde que inició la primavera: nuestra primavera. Una serie de sismos fueron la cortina que se reventó en unos cuantos días, la gente comenzaba a dudar la veracidad de los acontecimientos, la regularidad de cada uno de ellos, la falta de alarma por las autoridades y por ellos mismos; la gente comenzó a asimilar que un cambio se aproximaba. Incluso, por las redes sociales no faltaron los chistes relacionados a las supuestas profesías mayas, pero dejando a un lado eso, el despertar del interés colectivo por lo que ocurría en el país sin duda salió a flote. Las elecciones se acercaban.

Muchos creían, en general las personas mayores e incluso algunos jóvenes, que las elecciones serían de trámite para el candidato príista: ya la tenía ganada. Contrario a esto, fueron apareciendo páginas creadas por ciudadanos donde se informan cosas que en la televisión, por obvias razones, no aparecen. De inmediato, varios acontecimientos destacaron inmediatamente, sin duda, la fallida visita del candidato príista a la Ibero fue el más sustancial. A partir de ésta, surgió un movimiento bastante curioso: #Yosoy132. Tomando el nombre de un video donde 131 alumnos de esta institución se identifican mostrando sus credenciales para contradecir las afirmaciones del PRI, ya que este último dijo que se trataban de acarreados de otros partidos políticos con el fin de sabotear su visita. 
En fin, el movimiento tiene como objetivo el que se democraticen los medios de comunicación, ya que éstos manipulan de una manera descarada toda la información, transmitiendo lo que sólo a unos cuantos les conviene; aparte de que prácticamente sólo existen dos grandes televisoras para todo el país. 
Gracias a esto, muchos jóvenes -así como otras organizaciones- tomaron la determinación de salir a las calles a manifestarse en contra de este candidato y la relación que existía entre los medios y el señor. Después de esto, las marchas abundaron sobre las calles del D.F., los carteles en contra del candidato del PRI, cartones en el periódico, notas por doquier: internet, periódico y hasta folletos en el metro. Como era de suponerse, no lo iban a dejar caer, por lo que se recurrió a las encuestas para su defensa. Todas ellas lo toman como el puntero, incluso hay columnas enteras y encabezados en periódicos de provincia donde se desmienten las marchas, así como las supuestas victorias en los debates realizados. Sin duda, lamentable.
De camino a la escuela, de regreso a la casa, en el camión, en el metro, en el tianguis, en el sillón, en internet, en el parque, en el taller, en la escuela, en el camellón, en la calle, en la tienda, en el cine: en todas partes está. La política, su publicidad, su estúpida manipulación, su asquerosa perversión... Cómo es posible que a unos cuantos siga sin importarles. Es cierto que han invadido todo con pancartas, panfletos, volantes, espacios en televisión, radio y hasta el cine, pero cómo es posible que la gente no asimila la magnitud de estas elecciones, la importancia y trascendencia que tienen en esta sociedad; permanecen indiferentes, prefieren no creer, permanecer estáticos, perdidos en su tiempo y su espacio: su realidad; prefieren quedarse sentados, sólo escuchar, ver y creer lo que una caja emisora de ignorancia que desde su pantalla disuelve todo sueño y adjudica todo mal a un futuro incierto, que por supuesto es inexistente. Se prefiere no leer, no digo de comprar periódicos independientes a medios televisivos, sino simplemente conocer su historia, una historia impresa. No impresa en hojas, no presente en libros o revistas, sino impresa en su misma piel; presente en cada generación, visible en cada mirada, en cada palabra, en cada respiro; presente en su simple asimilación: asimilación de la realidad mexicana: una autoevaluación: una reflexión.
A pocos días de que todo esto termine (o empiece), muchos han despertado, han logrado ver más allá de los tres o dos metros de los que se encuentra su televisor; muchos de ellos, han hecho más que asistir a marchas y hacer carteles; muchos de ellos, con diferentes manifestaciones artísticas dan su toque realista a la monotonía de un trayecto de 24 estaciones: de 24 horas; muchos de ellos, desde su hogar, gracias al internet, informan como se debe, con la verdad; muchos de ellos, desde su casa, inspiran tranquilidad al que agotado y frustrado de tanta publicidad arriba  a su hogar; muchos de ellos, desde su mente, empiezan a preparar a México para una nueva etapa, a izar una nueva bandera: la bandera optimista.

20/6/12

Prosa 2

 Ni siquiera los dioses gozan de templanza; la verdadera estela espera, no se deja ver, sin embargo, existe entre risas antónimas, llenas de ira y mentira. Nos llenan. Extrañamos la verdad perfecta, el paraíso bíblico, el Aztlán azteca, el Olimpo griego, el vientre materno. Incoherencias rústicas, costumbres lánguidas del hogar mexicano. Estallamos. Observamos y deseamos: una realidad alterna, una conjunción de los sentidos, una vocación de años, un sin fin de estrellas, un rostro ecuánime, lleno de vida y sabiduría; un árbol trepidante. Caricias a un rostro puro, lleno de nieve, esculpido por lágrimas, contrastado por el color profundo de esos hermosos ojos, fervientes labios... Deseamos tanto. Allanamos la esperanza, la vaciamos y la consumimos, la utilizamos, como a cualquier flor: la prostituimos. Esperamos a que se desvanezca para negarla, para decir que nunca existió. Para extrañarla. Es cuestión de tiempo para que el motivo se convierta en causa, y la causa en escusa. Es cuestión de tiempo para que el hombre peque, para que el dios se vuelva hombre, para que el pecador se vuelva santo, para que la lluvia se vuelva llanto, y para que el llanto  mismo cobre rostro y se vuelva santo.

Prosa...

Resulta extraño, inmesurable, leer estas barbaridades y observarte. Cambias de página, te inmutas y prevaleces. Seguir leyendo y comprendiendo. Analizando y de vez en cuando imaginando: "Revolución en tiempos postmodernos". Escuchando hablar, mejor dicho quejar, es lo único que hacemos. Un horizonte caótico, lleno de desvarianzas, de pesadumbre y conformismo, indiferencia es lo que respiro. Te miro, pasmado quedo mientras el vapor huye de mi taza. El también quiere estar contigo. Al pasar las páginas encuentro lo mismo, un abismo. Me envuelvo entre mi risa; irónica resulta ser la vida. La mía. Aún conservo aquella mirada que me entregaste, aún consigo, continúo esperándola. Como esperando el tren o la luna, tal vez. Ambiguo resulta el libro, y el café amedrenta el frío, es por ello que continúo vivo. Si no fuera porque existo, mi vida no tendría sentidoEs cierto, un delirio: fugaz; miles de almas: un solo camino.

16/5/12

Fuentes

Así se despide un gran hombre, un increíble ser humano, un cuentista esepcional, un poeta fortuito, un novelista exigente, un crítico escéptico, certero, sin duda un héroe. Si es cierto que mi persona nunca lo vio, siquiera su letra miró, es cierto que me ha acompañado a donde me he dirigido: la escuela, el trabajo, el hogar; ha estado conmigo: cenando, esperando, observando, creyendo. 
Por supuesto, desconozco su personalidad, no sé cómo saludaba o se despedía, no sé si agradecía o fingía, ignoro si cuando platicaba lo hacía contigo o lo hacía con todo México. De igual modo, desconozco, cómo pensaba, qué tanto lo hacía; sus gustos, disgustos, insumos, inquietudes o fascinaciones; multifasético sin duda. No conozco mucho de él, ni de su escritura: no conozco el trasfondo de cada obra, la figura detrás de cada letra, la estructura general de toda su obra. 
Tentativamente los años se asoman a mi mente, aquellos por los que pudo haber pasado, por los que el México Revolucionario y contemporáneo sin duda vivieron; desconozco qué tan ciertos fueron para él. 
Recuerdo "El Aura", en mis ojos, llenándose a cada párrafo, a cada imagen, a cada cana y a cada vela. Sin duda, se sueña con ello: un anuncio en el periódico, la casa en el Centro, las escaleras, el singular olor, las velas, la anciana, los papeles de hace dos siglos, los santos, el escurridizo conejo, el misticismo de la alcoba y la vivienda en general, sin duda, es Aura. Su Muñeca reina, el Chac Mool... qué les puedo decir. Son Fuentes. 
Y ni hablar de la Ciudad de México, su Región más transparente. Un retrato a prosa, un semblante autónomo y puro del México de los abuelos, aquel que prometía demasiado, la efigie perdida entre las calles que se nos hacen comunes, la Ciudad envuelta y cobijada por caracteres, realizados en la novela, y al final, disueltos; como se es en esta ciudad.
Sin duda Carlos fue (y sigue siendo) la ciudad.
El día que se despidió, sin un verso, sin una mirada, o una entrevista, ese día, la calle de Donceles lucía diferente. Buscaba los Días enmascarados, libro que sin duda es una inspiración, una fascinación, una tajante salida de la monotonía de la Ciudad. Ninguna librería del primer cuadro la tenía, por supuesto, otros títulos aparecían entre estantes, pero ése, el primero de la magia de Fuentes, estaba ausente. Pasaba del medio día cuando nos dimos por vencidos, decidimos ir a desayunar tacos de canasta, de esos de 5 pesos, cerca del Zócalo. Terminábamos cuando un mensaje llegó a mi celular: "Albertito, se murió Carlos Fuentes, hoy como a las 12." No lo creía, todo podía pasar menos eso, apenas comenzaba a apreciar su obra; tenía la ilusión de escucharlo alguna vez, una conferencia, la presentación de sus 2 nuevos libros, algo, lo que fuera. Imaginaba sus expresiones respecto a los resultados de las elecciones, sobre las marchas que se estaban haciendo cada vez más constantes, sus comentarios en primeras planas. Nunca su muerte.
Al día siguiente, en Bellas Artes, sería velado. Asistimos a la ceremonia, por supuesto, no entramos al Palacio; aguardábamos afuera, donde el auto aguardaba el féretro, no a Fuentes. El cielo comenzó a nublarse, a llenarse de un irreflexivo viento, las primeras gotas caían al mismo son que los autos propios del Eje. Los rostros vecinos, algunos completamente desconcertados; algunos, llenos de indiferencia, de morbo; otros, propios de la ciudad, ya extrañándolo. Las puertas rechinantes del Palacio se abrieron, el féretro envuelto en la bandera nacional, se abría paso entre la gente armada con cámaras; la carrosa se encendía, la gente gritaba y arrojaba claveles. La gente se despedía del féretro con un Goya-goya
La Torre Latino temblaba, se mecía tan fuerte como los vientos que la golpeaban, dejaba caer sus años ante tanto asombro. Se despedía de Fuentes. El Palacio, ahora vacío, ya no tenía razón para rechinar, ya era vano ante la mirada del espectador, las flores en su explanada, en sus jardines, sobraban; ahora inexistente, el Palacio guardó silencio. Y el Eje, inundado de autos, conducía la carrosa al destino final, de donde México no saldría jamás. El Palacio Postal miraba incrédulo, el dorado de sus barrotes y sus candelabros quedaron opacos por unos segundos, sin brillo, sin sombra; estáticos, sin vida. Tacuba, como hace poco más de 5 siglos, se encontró sin un sentido, sin esquinas, sin semáforos, sin tregua, sin duda. 
Pasmados, esperamos, pensantes a cada momento, una respuesta, un futuro, un camino seguro. Éste, no existe, es plenamente imaginario, pero sin duda, la convicción y disciplina que este gran hombre mostró, es digna de admirar, y por supuesto, de imitar.

Fuentes. Por Ahumada. Diario la Jornada.

1/5/12

Repoblar mi mente

Repoblar mi mente de inherencias. 
Capacitarme, hacerme a la idea que las contradicciones adicción se vuelven.
Llenarme de exigencias que ni mi inconsciente concibe.
Reír de la incomprensible realidad que a veces agobia.
Confundir el estado exacto con el estado innato,
llenar de flores el camino. Conllevar un destino.
Claudicar a favor del río, dejarse llevar por un delirio.
Mecerse cada tarde, como cuando eras niño,
esperar a que el sol creciera, llegara y se fuera.
Antónimo de desigualdad, de equidad se trata.
Llegar al mismo día, después de un año, 
y fingir que de sol se trata. Llamar desde el pasado, 
hacer un anuncio, poner de manifiesto 
que hemos sido víctimas de un engaño.
El tiempo ha jugado con nosotros,
nos ha subestimado -y ha acertado-;
lo conozco bien, sin embargo su trato...

Seguiré observando, evocando.
Confluyendo con el Estado, 
con la habitación ahora desnuda,
sin un retrato, siquiera un viejo cuadro,
es que el tiempo ha llegado.
Quedan las cortinas, se mecen, 
poco a poco se desprenden,
danzan y recitan al son del viento,
no las deja en paz. Ahora violento,
las arranca de su puesto,
abusa de ellas y las deja tendidas sobre el suelo.
Es un reto, lleno de ira dejo el sofá, 
asomo mi cuerpo por la ventana, 
dejo caer los pocos recuerdos, 
dejo que se empapen, que se deshagan con la brisa,
pero si es primavera, sigo en la espera...
enserio, continúo estático, en la puerta
o en este caso en la ventana, mirando al cielo,
llenándome de nubes grises, de espumas lises,
de lo poco que queda por descubrir en esta estancia.
Quedan pocas horas antes de partir de nuevo,
para dejar este viejo páramo al que llamé alcoba, cuarto,
a fin de cuentas mi llano.
Aún no me voy y ya extraño enfurecer con el viento,
maldecir cada mañana el sol que se escabulle por el tejado...
Pero, es cierto, extraño amanecer de este lado de la ciudad, 
donde la brisa aún es virgen, pura desde la bruma;
a lo lejos, escuchar un grillo, sólo uno, 
porque todos de este lado vagan solitarios,
sin penas ni angustias, sin ganas ni rostros.
Un semblante desconocido cada vez,
una voz extraña siempre al atardecer,
y es que al caer la noche, mis deseos vuelven a aparecer.
Llegar de nuevo, establecerse conforme al tiempo,
vestir de acuerdo al recuerdo,
sonreír respecto al momento;
contento. Es cierto, sólo un instante;
solo, solos: semejantes.
Esparces la luna por cada rincón,
llenas mi pluma de toda canción,
y es el cenit de cada oración
la que me hace brindar por cualquier ocasión.
Es tu recuerdo en el cuarto lo que lo llena de emoción
una emoción que apenas el alcohol logra encubrir,
es como el deseo que esconde la luna al salir,
es tu rostro el que no logro concebir
que con otra alma se esté enlazando al fin.
Al estremecerme con la almohada y seguir
confío en que la alcoba continúe vacía al partir,
porque las luces continuaron encendidas desde que me fui,
las sombras continuaban ahí:
llenando cada espejo de un llamado externo,
de un verso casi eterno,
obviamente de un poeta enfermo,
casi muerto,
era cuestión de tiempo...
Miramos, era cierto,
un barco enfilado a zarpar,
y una multitud dispuesta a abordar,
cómo olvidar. 
Reír: es como olvidar y al momento recordar,
es llenarse de vida al instante y volver a llegar
del barco del que poco atrás empezaste a alardear.
Tan ajeno a nosotros es, que ni el viejo del ajedrez
llegó a confluir con alguno de nosotros tres,
-tres porque también él es quien-
de aquel que después te hablaré.
Llegamos aquel día de discutir como es costumbre,
temerosos cubrimos cada flor de aflicción
y cada rostro de sanción,
era cuestión de tiempo para que el juego nos llamara.
Escuchamos pensamientos y dibujamos un esbozo de calamidades,
confluimos en las escaleras justo antes de llegar al portón,
sentimos la mirada de aquel viejo sentado, moldeado a la capital;
no lo evitamos y nos dejamos llevar, era el aire de la tempestad.
El calor del jardín cesó y los malos olores brotaron,
el ambiente, en vez de incómodo, se llenó de sí,
el aire de la capital era lo que se respiraba ahí.
Confianza y respeto por el pasado, adulando al honor jamás perdido, 
al General ahora fallecido y a su tropa de ciudadanos 
con el ceño ahora abatido.
¿Fueron minutos u horas?, sólo ella sabe lo que significó el tiempo,
sólo ella sabe lo que nos quiso decir el viejo,
tal vez con un poco más de esmero
logre descubrir lo que portaba esa vez en el cuello.



16/4/12

Entre las hojas

Entre las hojas caídas,
entre ellas espero; aguardo a que el momento ocurra.
Me refugio entre esas sombras, 
las delgadas líneas que aún brotan,
de aquel árbol hoy perdido entre el ocre del paisaje.

Los miro, su seriedad me extraña:
siempre tan quietos, tan estáticos.
Son viejos, son sabios; y es que su vida
es vida y nada más. Son ellos, vida nada más.

También bailan, también miran. 
Siempre están ahí.
Y es que son ellos, los que me acompañan,
escuchan y aguardan, desde que partí.

Confío en ellos más que en mí,
y es por ello que aquí me tienes:
escribiéndome. 

Detenme, sé que puedes. 

Es la noche quien es mi cómplice,
la conoces; ambos la invocamos. 
Ambos la llevamos hasta el borde,
ambos nos llenamos y nos embriagamos.

Somo ello, somos cielo.

Escribe un verso y borra un recuerdo;
es por ello, que ella continúa siendo
una flor más que crece sobre el anhelo;
y más que eso,
aparece cada noche impetuosa, 
como una ninfa más en este deseo,
símil a mi más repetido sueño.

Con el sol te marchas,
al horizonte: marcas.

Entre las lágrimas de un árbol,
entre sus hojas caídas,
espero una respuesta: fiel al momento,
devota al semblante perdido,
al aspecto filial, al cantar cedido.

Espero un final.

1/4/12

Ciudad mía


Ciudad caótica, Ciudad de México, ciudad mía.
Ciudad que llena y vacía, 
ciudad que nace, crece y se enfría, 
es ella, la que me mira, 
me seduce, me deja y finge haber sido mía.

Con ella crecí, desde que fuimos un lago, 
hasta lo que somos actualmente,
llenos de gente, de mentes dementes, 
de aspiraciones estancadas a cada paso;
con un sin fin de rostros y ambigüedades,
de personas que flaquean a cada rato, 
es cierto, no somos otredades, 
mucho menos composiciones,
pero algo es cierto, ambos estamos llenos de fango.

Al instante en que te vi llegar supe que nos llevaríamos bien,
que confluiríamos como las espinas a un rosal,
supe que ambos permaneceríamos ligados, juntos hasta el final.
No confiaba en ti, sin embargo, tu mirada me delató,
logró adentrarme y reflejar lo que en mis cimientos se escondía, algo filial.

Supiste la estirpe que escondía bajo mis calles, antes calzadas,
reconociste los templos que ahora hundidos en el concreto yacen,
miraste por primera vez los corazones que solían rodar por las escalinatas,
percibiste lo que emanaban las flores justo antes de ser cortadas,
llegaste al centro, donde todo inicia, donde todo de turquesa se baña.

Escondido estabas, lo noté, sufriste los estragos que pocos hombres merecen,
que hasta los mismos hombres del cielo no prevalecen.
Era tarde y un número buscaba, no lograba que aparecieras,
que me dijeras qué tanto, que fingieras, siquiera,
tu indiferencia los enfureció, los llenó de odio y a ambos nos llevó
al mismo entierro del que tanto los hombres presumen.

Solos quedamos, aislados de toda realidad,
excavando cada doce años para encontrarnos, 
hallarnos de nuevo, citarnos, de menos mirarnos,
y es que un trago de inocencia es lo que deseamos,
embriagarnos un tanto, borrarnos. Desembocar, presencia.

Y déjame decirte que no me canso, en verdad no lo hago,
de mirar el sol cada día 21, a esperar la lluvia,
de preguntarme hasta dónde llegaba el lago;
y es que es cierto, no lo recuerdo, esta memoria mía,
qué daría por tenerte más veces, aunque sea encerrada,
cautiva en otro apartado, en otro capítulo de esta vida,
a la que también llamaste mía. No obstante, aún no fraguo
con girar, virar al otro llamado, al del sol del Este,
al del sol que con tantas ansias deseabas impresionar;
y es que así fue, sólo deseabas mas nunca llegabas. 
No es un reclamo, no podría, es más que eso, es un llamado,
a que al fin con este Invierno pueda tenerte.

Espero no hables en serio, te lo ruego, 
no llames a lo inconfundible, a lo que no es plausible,
deja que emerja de nuevo, que de este momento 
podamos salir como flores brotando sobre el concreto;
no confundas, sólo somos eso: Quetzales, Cenzontles.
Al fin y al cabo seres propios de la misma luna,
llegados con el afán de plasmar el fin desde una única cuna,
la del tezontle, la del inexorable contraste.


Y es la cara de tu gente, el barroco de tus templos,
el inevitable tráfico de tus avenidas, 
la ilusión perdida a base de mentiras,
la cohesión que existe entre la traición y la tradición;
inexplicables razones por las que me hacen desearte,
suficientes excusas para odiarte y terminar por amarte.

10/3/12

Un semblante

Adentrado en el valle, mi cuerpo fluye,
mi mente se adhiere, se añade al ambiente.
Se llena y vacía al ritmo del viento,
consigo se funde, se deja llevar,
nos hace llegar. Nos da la bienvenida.
La espesa vegetación a la orilla del camino,
lo cubre como protegiéndolo, mostrándole su verdadero sentido.
Es el mismo camino. Hace veinte años y es el mismo.
Es el árbol de tule, es la mañana sombreada, 
las piedras lisas y las nochebuenas. 


Es el valle vigilado desde la cima,
escarchado con la eterna nieve de sus volcanes,
el cielo rojo de cada invierno,
su enorme luna al terminar el mes de enero,
son las nubes que se ausentan al iniciar la primavera,
es la tierra que se confunde con los matorrales.


Es la brisa que se acostumbra, es la risa que se genera,
es la tradición, es la enseñanza, es la bonanza.
Son las miradas; es la cadencia y fluidez del tiempo en la ciudad,
es la costumbre y la faena, la manera y la secuela.
Es con cautela. Es uniforme, es rutinario.


Es el mismo valle, con suelos pisados, ya añejados.
Son suelos maduros, sobre los que se erigen los nuevos testigos.
Son ellos, los que todo lo observan, los que nos mienten a la hora de fingir,
los que nos dejan solos a la hora de huir.
Erguidos, llenos de asombro y desconcierto. 
Confluidos con nosotros.


El vuelo de las aves, la fluctuación de palabras entre calles,
la inclusión de nombres y el olvido de la imagen.
El vaivén de reflexiones y parajes, un cúmulo de irregularidades,
que amortiguan la aridez del ambiente, un semblante.


Está lleno, hastiado y realizado.


Se mira al Oeste y nos lo recuerda; aún muerto y concuerda.
Esperando a los pies de su amada, que el Sol la devuelva, 
que la leyenda realidad se hiciera; que volviera.
A los pies de ambos estamos, nos acostumbramos, 
preferimos ignorarlos... y es que estamos enclaustrados, 
desahuciados.


Cada templo lo confirma, cada letrero nos lo avisa;
y es que cada título excesivo se vuelve.


Me es imposible volver atrás, el tiempo aquí no existe,
aquí no fluye, sólo se vive. 
¿Con inercia o injerencia?
¿Es la clave o el pasado que persiste?,

y es que aquí el presente no afluye, 
es un futuro convexo, ya se sabe, sin nexos.


Y es que cada cien años, vuelven a nosotros,
arriban al valle; de entre balsas y carretas,
los quetzales emanan, nos cantan y amparan.


Bajo la luna nos observan, nos estudian y nos imitan,
son ellos quien nos conocen, los que al final del día
deciden llenar de nuevo el lago con yute y fango;
nos hundimos cada noche, volvemos al fondo, 
donde cada palabra era recordada, cada historia era labrada
y admirada, donde el hombre era eso y luchaba por continuar siéndolo.


Éramos elegidos, por ello construíamos,
rodeados de dalias y jacarandas.